o c h e n t a

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Ya está. Ya se lo dije. Ya sabe que, en otras palabras, lo sigo amando. Lo que haga después decidirá muchas, muchas cosas.

Fue la única respuesta que le pude dar, una verdad reluciente. Porque, joder, ¿qué más le iba a ofrecer? No le podía pedir perdón. ¿Perdón de qué, exactamente? ¿Perdón porque su padre sea un hijo de puta? ¿Perdón por toda la mierda que tuvo que pasar? Eso le corresponde a otras personas. Sí lamento profundamente que alguien como él haya tenido que tener ese peso sobre sus hombros todo este tiempo, pero el perdón tiene que provenir de quien se lo provocó, y tengo la ligera sospecha que si se lo hubiera dicho, todo se desmoronaría. Sonaría como si me estuviera rindiendo, como si le tuviera lástima.

Por el brillo defensivo de su mirada, sé que eso no le agradaría. No lo culpo. Si a mí me hierven las venas cuando el pesar aparece por las facciones de cualquiera de mis amigos hacia mí por cualquier motivo, esto...

Bajo la mirada, ligeramente sonrojada.

Me sigue amando. Nunca dejó de hacerlo. Lo arriesgó todo por mí y su hermana. Tengo que tomar una exhalación honda para controlar mis manos, para mantenerlas quietas, relajar la espalda, echar hacia atrás los hombros.

No me atrevo a ver su expresión. No quiero... soy demasiado cobarde para eso. Y decir que estoy nerviosa de lo que vaya a decir después es quedarme corta.

No podemos fingir que nada pasó. Existe un límite entre sincerarse y otro que es pretender que todo está bien. No lo está, no aún. Si estuviera bien, yo estaría en sus brazos. Si estuviera bien, no habría este silencio pesado entre los dos. Si estuviera bien, no me hubiera ido al otro lado del mundo para alejarme de él.

—Eres la primera y única persona que lo sabe.

Otra verdad. Un escalofrío me recorre entera.

Su confianza. Es la prueba de toda la confianza que me tiene. 

—Mi madre sabe que sigo en contacto con él, pero no sabe por qué. —se explica con la voz mucho más ronca—  Tengo el vago presentimiento de que sabe más de lo que me gustaría. Mercy, por obvias razones, no lo sabe.

No sé qué decir.

Esto ya no es sobre un corazón roto, ni de una ruptura, ni de nuestra relación. Esto ha ascendido a otro nivel personal. A su vida. A lo que tuvo que pasar.

Por lo que, con el corazón en la mano, le digo:

—No merecías todo eso. —la voz se me rompe un poco a mitad de la frase— No merecías las peleas en tu casa. No merecías cargar con ese peso en tu espalda. No merecías adentrarte a ese mundo. No merecías vivir con ese miedo constante. No merecías ser manipulado ni controlado. No lo merecías. —aprieto los dientes con la rabia ardiendo dentro de mí—  Merecías vivir una adolescencia tranquila, salvaje en la medida en que tú y nadie más lo decidiera, una familia unida, la tranquilidad que siempre anhelaste. No merecías crecer tan rápido. —por fin alzo la mirada para verlo de frente— Creo que de todos los deseos que tenemos cuando somos unos críos, ese es el más estúpido.

Me quedo muda al percibir el brillo, la luz que emana su mirada. La esperanza que empezaron a tener sus facciones. La tensión, en un contexto relativamente bueno, de sus hombros.

Se me queda mirando por unos 15 segundos en silencio. Le devuelvo el gesto, decidida a no dejar atemorizarme por la intensidad o por cualquier sombra que siga por ahí.

Aprieta los labios antes de dejar que una media sonrisa nazca en sus labios.

Yo me quedo sin aliento frente a lo hermosa que es esa expresión en su cara. Frente a lo malditamente atractivo que es.

Antes de él | HEROPHINE |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora