o c h e n t a y c u a t r o

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Hero suelta un gemido que le sale desde lo más profundo de su garganta cuando sus labios se encuentran con los míos. Yo suspiro pesadamente, sintiendo ganas de llorar de alivio al sentir de nuevo esa calidez tan conocida, tan familiar.

El primer toque fue un poco exploratorio, un poco dudoso frente a la pregunta de cómo se lo tomaría él. No me atrevo a ir más allá hasta que él no me dé el consentimiento de hacerlo. Aunque me esté muriendo por probar más, porque mi cerebro literalmente me está gritando más, más, más, debo soportarlo hasta que él lo apruebe. No quiero presionarlo, no quiero hacer nada que él no desee.

La respuesta no me tarda en llegar en menos de 3 segundos.

Pasa sus manos fuertes y sólidas alrededor de mi cintura, al punto que sus brazos están rodeándola casi por completo. Me siento desfallecer cuando ladea la cabeza para tener más acceso a mis labios y los empieza a devorar sin pausa. Abro la boca en medio de un jadeo y su lengua se encuentra rápidamente con la mía. Cierro los puños alrededor del cuello de su camisa y me pongo en puntitas para que ningún, absolutamente ningún espacio quede entre nosotros.

Como si fueran instintos primitivos y naturales, mis manos viajan a sus hombros, a su cabello, a su nuca. Empiezan a recordar todo rastro de él, de su presencia, de su ser entero. El mundo se reduce a la sensación de la danza seguida que su boca hace con la mía, su lengua explorando mi labio inferior, mordisqueando y succionando, llevándome al borde de la locura. Recorro todos sus labios sin ceder ni un solo centímetro en un compás ansioso y hambriento, cumpliendo con la promesa que le hice hace unos minutos: no se necesita de palabras para demostrarle lo que siento.

A partir de mi ansia, de mi querer, de mi necesidad de él, le plasmo en la piel todas las palabras que se quedaron atoradas en la punta de mi garganta. Me hago cargo de que le queden escritas, con cada beso y caricia, en forma de tatuaje invisible. Hero hace lo mismo y cada suspiro suyo promete llevarme al cielo.

Te amo.

Te he extrañado.

¿Sabes cuántas noches pasé pensando en tus labios?

El cielo y el infierno no son lugares. Son personas, son sensaciones. Y esto... esto es el maldito paraíso.

Damos unos cuantos tropezones hacia atrás y cuando el oxígeno nos falta, nos clama por un soplo de aire, nos separamos unos pocos milímetros.

Me encuentro temblando de pies a cabeza. Abro los ojos con lentitud y me encuentro con los de él. Lo que veo en su mirada me deja fuera de juego.

Sus pupilas dilatadas y brillantes hacen juego con los rojo e inflamados que están sus labios. Su aliento se entremezcla con el mío mientras siento su pecho subir y bajar igual de salvaje que el mío.

Aclaro mi garganta, tratando de encontrar mi voz, tratando de recordar cómo hablar, cómo respirar, cómo moverme.

—Te amo y nunca dejé de hacerlo. Ni un solo momento. Incluso cuando eso me estaba matando, nunca dejé de quererte con cada parte de mi corazón. —mi voz empieza a temblar— Es tuyo. Soy tuya.

Una lágrima empieza a caer por mi mejilla y sorbo mi nariz.

—Josephine Langford. —recuesta su frente en la mía. Su voz ronca es un bálsamo reconfortante contra cualquier herida que haya tenido abierta, contra mis restos machacados— No quería decírtelo cuando llegaste para que no te sintieras acorralada. Quería que tú dieras el primer paso, que fuera tú decisión. Y ahora que... no creo que sea necesario recalcarte lo mucho que te amo.

Baja un poco su cabeza y besa mi mejilla, justo en el lugar donde la lágrima caía. La limpia con su beso y hace lo mismo con la otra que estaba empezando a descender. Casi caigo en llanto total frente a la dulzura, la delicadeza del gesto. Al amor contenido.

Antes de él | HEROPHINE |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora