n o v e n t a y n u e v e

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Al llegar a donde la psicóloga acompañada de West y Emma, Max se despidió en la puerta. Me dio un apretón en el hombro, aludiendo al vago temblor que me recorría. Me sonrió dándome fuerzas y se lo agradecí internamente.

Allá afuera, en el mundo, hay miles, incontables personas con traumas y secuelas de un evento que les quedará marcado en su corazón hasta el día que mueran. Hay gente que busca ayuda, hay gente que no, que guarda esa carga para sí sola.

Yo no quiero vivir de esa manera. No quiero vivir mirando encima de mi hombro, no quiero vivir despertándome en mitad de la noche, empapada de sudor mezclándose con lágrimas, preguntándome qué es real y que no, si sigo en esa recámara de mala suerte. Mucho menos quiero seguir lidiando con ese vacío en mi pecho, con las inseguridades que me ahogan a cada segundo.

Y dejándome de lado a mí misma... no quiero que Emma ni West se sientan así. No sé si sentirme aliviada o no por el hecho de que West esté mejor. Bien, porque sinceramente me siento feliz por él de que no tenga emociones que lo afecten. Mal, porque eso significa que en el pasado la pasó... horrible. No hay otra palabra para describirlo. ¿Hay alguna definición para describir lo que se siente perder a una de las personas que más amas? No lo creo.

Por lo que, con el corazón en la mano, les conté a ellos y a Lucy, la dulce psicóloga de tercera edad, cómo me sentía.

Relaté todos los sentimientos que me embargaron desde el momento en que abrí los ojos en el hospital. Lo mal que me sentí —y sigo sintiendo— al verme en un espejo, lo difícil que es lidiar con mi propia persona cada minuto. Las pesadillas, inseguridades, miedos, impotencia. El por qué lo escondí, el por qué no lo hablé. Porque es fácil, demasiado fácil señalar y juzgar a cierta persona y cuestionarla sobre por qué su decisión intercedió en sus relaciones sociales.

Terminé mi discurso entre lágrimas y sollozos controlados, porque tenía que permanecer fuerte para terminarlo. Un nudo horrible se retorcía en mi pecho al sentir sus miradas sobre mí, pero lo aguanté.

—¿Lo peor de todo? —sorbo mi nariz, con un rugiente dolor de cabeza que no hace más que aumentar a medida que mi llanto se calma poco a poco. Irónico. Desplazo mi mirada hacia Emma, que está sentada en una de las sillas de tela suave frente a mí, con las lágrimas cayéndole hasta el regazo— Que las pesadilla siempre se tratan de lo mismo. No soy yo la que recibe la bala, no soy yo la que despierta en una camilla sana y salva. Eres tú la que ha recibido el impacto. Eres tú la que... la que... —tomo una gran bocanada de aire— a pesar de todas mis súplicas, no vuelves a despertar. Y eso me carcome viva, Emma. Acaba conmigo pedacito a pedacito.

Puedo entender ahora un poco a Meg, cuando sucedió lo de su hermano.

Meg esperó 2 días hasta saber que su hermano había sobrevivido. Sinceramente, no sé cómo lo hizo. No sé cómo sobrevivió a ese terror cuando lo llamó en ese callejón pero él no respondía a sus llamados. Yo no hubiera soportado ver a Emma en esas. Tampoco sé cómo se sintió ella al creer tenerme en sus brazos muriendo lentamente.

Emma suelta un sollozo violento y luego resopla entrecortadamente.

—Odio ser tan llorona. —dice con la voz ronca— Solo... dame un segundo.

West y yo asentimos.

Lucy ha recomendado que esta conversación sea entre nosotros. No le incumbe a nadie más, nadie más puede entendernos como lo haríamos entre víctimas. Sin embargo, se encuentra en el sofá color azul marino de siempre, su semblante un retrato de gracia, tranquilidad y sabiduría.

Emma inhala y exhala repetidas veces, cerrando y abriendo su puño derecho alrededor de una pelota color rosa pastel. Su barbilla, con los segundos que han pasado, ya no tiembla tanto. Abre los ojos, aún rojos, pero ya despejados.

Antes de él | HEROPHINE |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora