Capitulo 3

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MAIA

—¿Que?— pregunté atonita ante su sincera y precisa declaración. Que me irían a matar si... la piel se me puso de gallina al solo pensar que esto pudo haber terminado horriblemente para mi. Pero sus ojos volvieron a atraparme.

«Este está loco»

—Por Dios. ¿Me conoces?—me preguntó exaltado o mejor dicho furioso a lo que asentí delicadamente.—Bueno, ahí tú explicación. Te salve el pellejo, niña.

Odiaba su forma de poner autoridad sobre el asunto, aunque estaba bien lo que hacía y me saco de un menudo lío, soy demasiado orgullosa para seguirle la corriente. Sus ojos azules me fulminaban en solo ver que iría a hacer mientras pensaba algo para derrocar su delicado y frágil ego.

—Me llamo Afrodita, no niña.—le corregí dando mi segundo nombre pensando en que si daba ni nombre real podía terminar perjudicada. Era una buena estrategia si lo pensaba bien, así no corría peligro o imaginaba, aunque aquello el ya lo sabía.—Aunque eso ya lo sabes. ¿Como sabes mi nombre?

—Me gusta saber el nombre de quienes me acosan.—masculló sonriente pero de aquellas sonrisas torcidas.—Al ver que literal me comiste con la mirada en la entrada, busqué los registros de personas, amor.

Enfatizó el pronombre jugando con la salvada que me había hecho ahí dentro.

—¿Y cuantos años tienes? ¿Que haces en mi yate?—preguntó evitando mirada alguna conmigo mientras se pasaba su mano por su sedoso y negro cabello.

—19.—mentí.

«Esa no me la creo ni yo»

—No me mientas, se que no tienes esa edad.—me aseguró guardándose su celular en el pliegue de su camisa mientras apoyaba sus manos en su cadera y me miraba de arriba hacia abajo tratando de sacarme la verdad. Ya estaba hundida, no, mejor dicho, ya estaba cinco metros bajo el agua.

—¿Y que sabes tú?—pregunté molestándome pero me arrepentí enseguida de mis palabras fuera se respeto ante a un mafioso. No estaba siendo ni inteligente ni cuerda con el asunto, donde no sabía si culpar al alcohol o a mi terquedad.

—Bueno, esto es lo que se—dijo acomodándose su negra camisa que se le pegaba a su cuerpo donde una pequeña cadena con una cruz se asomó por su cuello. «Dios, que bueno está.»—. Eres menor de edad seguro, viniste con amigos... mhmm si no me equivoco alguien regó su trago en tu vestido. Que por cierto se ve mejor mojado que seco.

—¿Disculpa?—pregunte enojándome verdaderamente ante su falta de respeto aunque su sonrisa perversa no se desvaneció de su rostro. Era un sucio para empeorar la situación. Mis manos bajaron hacia donde me había derramado todo y tapé como pude haciendo que el soltara una carcajada que se escuchó como un vicio a mis oídos.

—Ahora que te dije lo que se...—sonrió con autoridad cruzando sus brazos haciéndolo ver desafiante.—¿Cuantos años tienes realmente?

—No es de tu incumbencia, Leo.—le espeté evitando llamarle Culo de oro dándome la vuelta a lo que me agarró con su grande mano haciendo una fuerza extrema en mi brazo que me hizo verlo nuevamente. Me estaba doliendo mientras sus ojos azules se clavaban en mi matándome internamente porque si las miradas matasen yo ya estaría muerta, velada y sepultada.

—Si lo es. Estás en mi bote y nadie te ha autorizado para decirme Leo, niñita.—dijo mientras tenía fuertemente amarrado mi brazo a él.
«Un verdadero imbecil.»

—Tengo 17, señor.—dije enfatizando la palabra señor, desafiándolo y viendo como me apretaba más mi brazo. Esto me dejará marca segura y no muy linda que digamos.

Sombras que aman (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora