Capitulo 36

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Leonardo Romano

—Se te ve precioso, Bambi.—bromeé al verle su vestido azul de dos tiras gruesas pasando por sus hombros hasta caer en un escote de V en la espalda y en su pecho, mientras que habían cortes en la parte baja de su vestido largo. Estaba para agarrarla y tirarla contra mi cama pero mantuve la cabeza fría viendo sus curvas hipnotizadoras.

—¿Bambi?—preguntó casi sonriente. Suponía que haberme contado lo de su padre era un peso menos para ella, por lo que sonreí de vuelta.

—Igual de delicada y de inocente que Bambi. ¿No?—le expliqué riendo mientras le levantaba una ceja.

—Dios que pesado.—se bufó bromeando todavía mientras terminaba de estirarse su vestido.

—No debería permitirte ir con este vestido...—susurré acercándome hacia donde estaba. Habíamos llegado en la madrugada a Italia y estábamos en mi mansión. Un deja vu se me vino a la mente al pensar en la primera vez que la traje por accidente. Bendito accidente.

—¿Que?—pregunto molesta en cuanto le corrí su cabello hacia la izquierda depositándole un pequeño beso en su hombro para luego ver cómo se estremecía a mi tacto.

—Se ven cosas que solo yo puedo ver.—musité pervertidamente mientras le daba otro beso en el cuello. Cerraba sus ojitos cada vez que la tocaba retorciéndose del deseo que le provocaba mi cercanía.

—Yo puedo llevar lo que se me de la gana.—contraatacó tercamente como solo ella lo hacía con el mayor mafioso de Italia. Esta vez tratando de arrepentirla de haber dicho aquello, pase mi lengua junto a un beso cerca de su cuello donde casi se cayó de no haber sido por mi y mis estupendos reflejos.

La agarré con una de mis manos para después voltearla hacia mi y aprovechando que todavía no se ponía labial la bese, pero no normalmente, la bese cabreado. Cabreado por como me llevaba la contraria, por como sabía jugar conmigo, por provocarme con un simple pestañeo, porque me tocara los cojones pero a la misma vez la deseara con cada célula de mi cuerpo. Era demasiado para mi.

—Por favor quedémonos. Ya no quiero ir a la fiesta.—susurre entre beso donde ella se veía encantada de mis cualidades pasando sus manos por mis brazos sobre mi traje hasta llegar a mi cabello y tirar de el causando que soltara un gruñido, que casi amaba que ella escuchara de mi.—Quédate conmigo. Ya no puedo más... te juro que no puedo más, Maia.

Y era verdad. Me tenía rendido a sus pies, y no quería a nadie más que a ella y tenerla en mis brazos. Necesitaba de ella, necesitaba tocarle por todos los rincones de su pequeño cuerpo. Necesitaba sentirla. Necesitaba que solo dijera mi nombre y el de nadie más.

—Leo... tenemos que ir por tu hermano.—susurró recordándome sin parar de besarme.

—Hermanastro.—le recordé.—Y me vale una mierda dejarle con tal que estés conmigo.

—Dios...—susurró en cuanto mis manos se fueron a sus muslos y apreté fuertemente tratando de no dañarla.—Para...

—¿Segura?

—No.—contestó en cuanto no pude más y la levante de sus piernas mientras las suyas se enredadan en mi cadera fuertemente atrayéndome más hacia ella.

—Joder... es que estás...—jadeaba sin poder completar una simple palabra.—Tienes razón pero no quiero parar.

—Tenemos que parar.—musitó separándose de mi. Estaba más que cabreado por mi disposición hacia ella. Como era tan estupido de caer por una cría...

—Solo si me contestas algo...

—Dime.—dijo más que dispuesta con sus brazos alrededor de mi cuello y sus piernas amarradas a mi.

Sombras que aman (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora