EPILOGO

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Dos años después

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Dos años después...

Faltaba menos. O eso decía mi instinto. Me seque mis manos en mis pantalones naranjas y acomode mi playera blanca de tiras antes de sacar la navaja que infiltre la semana pasada y guardármela en la pierna.

A esta hora se hacia el cambio de turno, y no era de mi agrado. Menos cuando se daban la diversión de jugar con torturas, gritos y manoseos que siempre sacaban a alguien muerto, patrocinado por mi.

Los años aquí dentro no habían sido buenos, menos fáciles. En un comienzo mi vida se derrumbó por la falta de el en mi corazón y en mi vida. El simple hecho de saber que no iba a estar más conmigo me mataba día a día y menos sentido encontraba a seguir.

Pero la venganza quemaba. Y luego de un miserable intento de acabar con mi sufrimiento, lo poco de sentimientos que me quedaban se congelaron.

Pase de ser una niña asustada, luego una mujercita que se creía con agallas por su amado, para luego volver a ser una débil... hasta que cambie definitivamente. Ahora no se encontrarían aquellas versiones de mi, jamás, y me encargaría de que aquello sucediera como decía.

Como muchas veces me dijeron, dentro de esta mierda, la cara de ángel me consumía pero mi alma de demonio podía ser más letal.

Y no estaba en desacuerdo.

El timbre de cambio de guardias sonó en la estadía y los cinco tipos que me vigilaban por diez horas seguidas, fuera de mi jaula de cuatro paredes, desaparecieron para ser cambiados por otros iguales.

Aunque esta vez, el encargado de la puerta era un impostor. Iba con chaleco antibalas, una gorra similar de los que venían siempre un poco más baja de la mirada perversa de este y con el arma en su pecho.

Mire al guardia de la entrada que levanto un poco su gorra, y me guiño un ojo. Solo sonreí al verle sus ojos claros y aquella picardía que acostumbraba.

Volví a sentarme en mi cama cruzando las piernas mientras esperaba la hora predilecta con una expresión de lo más calmada. Moví mi cuello haciéndolo crujir cuando sucedió el golpe que esperaba.

Había llegado la hora.

La pared de cemento de tres metros a mi derecha se derrumbó tras una bomba en mil pedazos y sentí mis entrañas moverse tal cual el día de la masacre.

Sonreí a mis adentros cuando unos quince hombres vestidos de negros y encapuchados entraron con Ak-47 derribando todo a su paso, toda la seguridad que vigilaba mi celda y la del pasillo.

Las balas resonaban en mis oídos al igual que los de contra que caían al suelo muertos en charcos de sangre, casi lo escuchaba como música angelical.

Las alarmas comenzaron a sonar enloquecidas y el guardia que me sonrío antes se acercó corriendo hacia mi dando el positivo a los hombres encapuchados. Se sacó la gorra y me entregó una pistola por los barrotes que use para romper las cuatro cámaras de las esquinas todavía dentro de la jaula de hierro.

Sombras que aman (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora