Capitulo 4

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MAIA

—Que buena broma Leonardo—le espeté más aterrada de la noticia que me dio que de que estaba con un asesino, me fui parándome mientras me arreglaba el vestido para que no se me viera nada más de lo debido. Aunque seguía con aquel naranjo en vez de blanco gracias a la señora de la noche anterior.

«Aunque te ves mejor así.» se me vinieron las plantas de este gilipollas de primera al verme con mi vestido apretado y translúcido ante cualquier vista por el líquido regado. No negaré que las tripas se me revolvieron y una presión en mi vientre apareció como nunca, pero no le iría a aceptar.

Me estremecí sintiendo un calor extraño.

—¿Que necesidad tengo de mentirte?—
«Buen punto»

—No lo se, ¿para joderme? O sea, me ahorcaste, no me sorprendería nada más de ti.—me exalté más de lo que estaba mientras recordaba lo sucedido y me toqué el cuello a lo que solté un quejido de dolor al sentir una presión extraña y punzante a lo largo de el.

—Te pedí disculpas... y lo digo enserio, estamos en viaje a Tarento, una ciudad italiana cruzando el mar.—mencionó una ciudad que con suerte conocía gracias a las clases de geografía que nos daba la señorita Fitz.

«Tiene que ser una puta broma»

Sin creerle todavía, o tal vez mintiéndome a mi misma debido a que ese hombre era capaz de todo, salí de la habitación con la ira acumulada en un puño tratando de encontrar la cubierta negra de la fiesta para ver si era verdad lo que me decía.

Al llegar mientras pisoteaba como loca pateando los vasos de plástico que se me cruzaban, vi como una capa de espesa neblina blanquecina y fría estaba cubriendo todo al rededor de el bote, dejándome ver literalmente, nada. Ni si quiera alguna vida humana más que no fuera la del capitán que observe cuando me incline al ver por encima mío. Pobre hombre.

Por detrás mío escuché los pasos del mafioso de mierda y como se acercaba peligrosamente. ¿Que pretendía con llevarme a Italia luego de que casi arruine su noche?

—Te lo dije—aseguró con un aire de ganador con su tono ronco casi excitante al oído a lo que me volteé enojada botando humo por las orejas.—. Calma, Afrodita...

—¿Y no me pudiste dejar en un puto hospital?— le pregunté levantándole la voz aunque ese término de mafioso me tocaba los cojones. Ya no le tenía miedo a la muerte.

—Quería asegurarme que estuvieses bien.— me declaró y traté de abrir el pico de nuevo pero una fuerte ola sonora y estruendosa que pegó contra la nave hizo que perdiera el equilibrio en los malditos tacones que llevaba. Los malditos tacones de mil metros.

—Cuidado.— me dijo Leo agarrándome en sus grandes brazos cubiertos de músculos que noté cuando me abrazó por la cintura dejándome sus manos en su pecho corpulento y una fragancia que requeriría de cloro para sacar de mis fosas nasales.— torpe.

Me dijo riéndose de mi cuando me adelante en poner mis manos en su pecho empujándole y levantarme:— Son los tacones, cretino.— le respondí a lo que estiré la mano para sacarme uno y después el otro quedando descalza y más baja de lo que ya era. Medía uno con sesenta y cinco con suerte, heredado aquello por mi madre que medía un poco menos que yo al contrario que Agatha que rondaba los uno con setenta. Ahora Leo me sacaba casi dos cabezas y se veía más intimídate, o más guapo. No me podría decidir.

—Cero pudor.—me contestó mientras me soltaba de sus brazos.

—Pues si. Que esperabas.

Mirando el mar empecé a tomar peso de lo que estaba sucediendo como si me hubieran lanzado un balde de agua y me senté en la punta de el yate que estaba compuesta de unas colchas de cuero blancas que el día de ayer no estaban, suponía que eran reposeras acolchadas para tomar sol o algo por el estilo, pero estaban cómodas a la hora de reflexionar.

Sombras que aman (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora