LAS FURIAS CELTAS

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RENA

Esa misma noche

—¡Dimitri!—lancé un grito mientras me metía un maldito lunes al bar de mi hermano; Kommá, la sensación en el centro de Santorini. Este bar estaba cada vez de mal en peor, con los pagos de pizzos han tenido que aumentar la gente, los shows y en vez de ser sano lugar donde emborracharse, ahora solo era un club de drogas, alcohol y stripptease, solo para darle el gusto a la mafia.

El humo de cigarros y de cannabis a la vena se infiltraba por mis pulmones, sabiendo que me iría a afectar más tarde pero el estupido de mi hermano no paraba de caminar de un lado a otro ignorándome.

—¡Dimitri, joder!—lancé otro grito pero entorno sus ojos yéndose por las escaleras y el presentador dio a conocer a la cantante que estaría aquella noche.

Solté un bufido cuando corrí a los meseros, entre ellos a Cynthia—la peli morado—que no dejaba de preguntarme que hacía un día de semana en el bar hasta llegar a los pasillos de atrás. Camine mientras abrochaba mi sudadera y me ponía la capucha hasta llegar a tras bambalinas del escenario.

Los camerinos con suelo negro estaban lleno de brillos y fijador, casilleros con lencería y toallas por todas partes sin tomar en cuenta todo el maquillaje revuelto en los espejos. Reprimí una mueca de asco cuando encontré al grupo que estaba encargado por las dos semanas que venían.

Le dije a Maia que me encargaría de quemar a Leonardo Romano y eso haríamos, solo nos faltaba mover un par de fichas para lograrlo...

Eran siete mujeres en total las que buscaba, y según si había escuchado bien se llamaban Las Furias Celtas. Hermosas mujeres de todo el mundo que fueron enseñadas por las primeras bailarinas de origen nórdico europeo y bailarinas exóticas árabes. La jefa, Farah, era una mujer morena hermosa y la única primogénita de una furia original que descansaba fumando un cigarro electrónico envuelto en una bata trasparente.

—Farah...—susurré entrando hacia el grupo de las mujeres. Ellas estarían atendiendo en las noches y yo necesitaba una movida para el fin de semana.

La cara de una pelirroja se desconfiguro al decir su nombre real, pues al ser tan solicitadas tenían nombres de diosas Celtas ocultando su identidad.

Sheela, Morgana, Rhiannon, Dana, Aine, Belisama & Eriu.

Las siete mujeres leyendas con habilidades de uñas verdaderas ninfas en mis narices.

—¿Porque sabe tu nombre?—preguntó la pelirroja cuando Farah, alias, Sheela subió su mano callándole.

—¡Hermana de Dimi!—me saludo con un acento extraño casi como si su lengua estuviera enredada cuando me dio un beso en cada lado de la mejilla. Sonreí y me armé de valor.—¿Que te trae por aquí?

Acento árabe. Tal cual lo representaba.

—Venía a admirarlas.—«Que estupida, sigue...»—Y... a aprender sus coreografías.

—¿Y eso porque, Reni?—preguntó la morena con confianza gracias a que se había hecho amiga de mi hermano mientras tragaba grueso por sus atuendos. Hilos cadenas y mallas trasparentes, tacones que parecían rascacielos...

—Porque necesito ayuda.—confesé cuando me miró curiosa.—Necesito que dos chicas entren a tu grupo de encubiertas... y una de esas chicas soy yo...

La árabe me examinó. Abrió mis brazos dándome la vuelta mientras otras de sus chicas llegaban hacia donde estábamos negociando. La pelirroja seguía ahí y dos rubias más una de pelo negro intenso empezaron a observar mi anatomía.

Sombras que aman (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora