Capitulo 43

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Leonardo Romano.

Nunca le rogues a alguien para estar contigo, no rogues por atención, compromiso, afección, tiempo y esfuerzo. Nunca le rogues a alguien para que vuelva o para que se quede. Ella nunca tuvo que preguntar para sentirse querida. Rogar es demandar y denigrador. Porque si no te dan estas cosas con los brazos abiertos no lo vale, nadie bajo ninguna circunstancia debería rogar... aunque de la persona que estemos hablando sea el amor de tu vida.

—No sabes lo que estás diciendo...—asegure mientras suspiraba como un auténtico tipejo. Mi pecho subía y bajaba agresivamente en busca de aire fresco que me permitiera sacar la neblina de mis ojos a pesar de que estábamos a pleno aire libre.

¿Como pude llegar a ser tan dependiente de una simple niñata de mechas rubias?

—Si, si lo se.—contestó luego de que mis esperanzas con ella se fueran a la mierda y más allá. En sus ojos solo podía ver la tristeza, la tristeza y decepción. Sus ojos color miel estaban apagados como nunca...

—Piensas que yo soy tu oscuridad y...

—Si.—me interrumpió en medio de mi frase. Estaba descolocado, más que eso, estupefacto ante sus palabras. Yo la dañaba, y tenía razón, solo que no me había importado antes. No había proyectado un futuro con ella como todos lo hacen o como por lo menos ella esperaba que su principe azul llegara y la conquistara pero yo no era un principe azul, menos el suyo. ¿He jugado con ella? si. ¿No tienen una vida tranquila por mi? si. ¿Esto estaba pasando por vivir en mi ambiente natural, que era macabro para ella? También, si.—Y ese es el problema de perseguir a la oscuridad, porque cuando la encuentras, y siempre lo haces, nunca te dejara ir...

Empezó a llorar como nunca antes la había visto, ni si quiera con el cadaver en su habitación lo había hecho. Era más fuerte de lo que creía, se tragaba todas las gilipolleses de la gente y todas las palabras hirientes, pero en este momento con cada sollozo que soltaba una parte dentro de mi se quebraba. Estaba destrozada, y por mi culpa. Y con lo gilipollas que soy, juré que haciéndola sentir deseo por mi la mantendría en mis redes, pero fue una táctica imbecil, tóxica y egoísta... ni sabía en que estaba pensando cuando le dije que la amaba, porque si lo hacía, pero era lo más estupido que podía sentir en este momento.

¿Porque mierda me hizo pasar por esto? ¿No me lo pudo decir antes de enamorarme como un puto hombre normal, y no como lo macabro que era? ¿No me lo pudo decir antes de que me metiera entre sus piernas perdiendo la cordura y la cabeza por ella y solo por ella?

Pero lo peor era que si me lo había intentado de decir... solo que la calle, evitando lo inevitable.

—Afrodita...

—Estoy bien.

—Algún día te cansarás de decir que todo está bien.—susurré mientras no podía dejar de apretar mis puños. El pecho se me comprimió a no dar más... me estaba sofocando en solo sentir como sus manos impidieron el paso hacia consolarla.

No diría que ella me necesitaba para ser una mujer completa. Porque ya lo era, hecha y derecha. Tanto que me había llevado con ella arrasando todos mis principios de gilipollas. Ella era más fuerte que yo, quisiera o no admitirlo porque de alguna forma u otra, me dejo mirándome a los ojos sabiendo que esto era lo mejor para nosotros...

—Tengo que irme.

Fueron las últimas palabras que escuché cuando salió sacándose las lagrimas de su cara hacia la cocina donde se encontró con Patrick pegando un pequeño salto de susto, que hizo que mi hermanastro levantara las manos como inocente y se vino donde mi a los minutos.

—Se ira con Sabrina.—musitó con un cabestrillo sosteniendo su brazo del disparo que recibió. Estaba demacrado al igual que el, y vulnerable, cosa que nunca antes había sentido. No quería verle... ni a él ni a nadie. Vi como Maia se escapaba de mis manos y no pude hacer nada al respecto, era una razón ya significante para sentirme lo suficientemente destruido.

Sombras que aman (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora