LETAL

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MAIA

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MAIA

Mierda. Voy a morir.

—¿Ahora si, bonita?—pregunto Jazmín cuando saco el paño empapado de agua de mi cara. Seguía colgada. Llevaba veintidós horas en esa posición, y aquellas me las dejaba conocer la agente que me tenía amarrada.

Ya no tenía fuerza. No tenía vida. Con suerte voz. Y la usaba en lo mejor, en ser sarcástica. Pero no cerraba los ojos.

A veces paraba a pensar lo tonta que fui en un comienzo. Cayendo por todos, confiando en todos, jurando que no iría a pasar nada malo, llorando por todos lados. Bah.

—¿Que cosa?—me hice la distraída cuando el paño húmedo volvió a caer en mi cara con mucha presión y sentía como mis pulmones quemaban en falta de oxígeno. Pataleaba y trataba de pararme pero colgaba por la falta de la fuerza de mis piernas.

Volví a ver la cara de mi torturadora, alias agente de FBI, cuando le mire con la perspectiva borrosa gracias a las lagrimas que se me formaban a falta de aire.

—Estas loca.—escupí sin ganas.

—Mírate.—respondió con odio.

Touché.

Esta se bufo y se tiró en la silla nuevamente suspirando con el temper hasta la mierda. Había perdido la sensibilidad ya hace un par de horas, me pesaban los ojos, las heridas de las cortadas seguían ardiendo como mil demonios y las manos las tenía entumecidas por el amarre de mis muñecas al techo.

Solté un par de quejidos intentando no estirar más mis brazos y las heridas. Quería llorar, y no por dolor, por averiguar lo mal que sabía el karma, la maldad y la traicion.

Jamás había pasado por algo como esto. Nunca pensé que lo haría. No se lo recomendaría a nadie. Pero lo agradecía. Gracias a esto ya no era débil. Ya no era indefensa y tal vez saldría muerta, pero con el cargo que había luchado hasta el final.

Salvatore se había ido hace unas diez horas. Hacía llamadas cada media hora a Jazmín y Jazmín a la central de Londres una vez a la hora, mientras mentía que no me habían encontrado.

Esta se frustró y apoyó sus antebrazos en la mesa mientras yo la miraba. Se giró apretando sus labios.

—¿Que? ¿Tienes algo que decir, rubia?—me preguntó hostilmente.

—Una pregunta.

—Que.

—¿Cual mano es tu favorita?—pregunté haciéndome la interesada. No podía creer como seguía diciendo chorradas cuando me veía y sentía como una muerta andante.

—¿Porque preguntas eso?

—Oh, por nada. Solo para saber que mano te reviento a navajazos primero.

La tipa se paró y corriendo hacia mi me incrustó una patada en el estómago sin que me alcanzara a reír. Solté un grito, impresionada de que todavía podía pegar gritos.

Sombras que aman (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora