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—Ahora soy más mayor que tú —presume el niño antes de dar otro gran bocado al trozo de bizcocho de chocolate que sujeta, ayudado por una servilleta, entre sus manos.

—Pero muy poquito —puntualiza Lucía—. Ya casi va a ser mi cumple otra vez y seré igual de mayor que tú.

—No, porque queda un poco de pimavera, el verano, otoño y otra ves invierno —argumenta Hugo enumerando las estaciones que ya ha aprendido en el cole.

—Jo —lamenta ella comiendo de su bizcocho para sobrellevar el leve disgusto.

El pequeño, que se sabe vencedor del importante debate, esboza una amplia sonrisa. Por la mañana, en el cole, los compañeros de clase y la profe le han cantado el cumpleaños feliz, le han hecho algunos dibujos y ha llevado, durante todo el día, la corona del cumpleañero. Se lo ha pasado súper bien, pero de lo que más ganas tenía era de llegar al parque para celebrarlo con su mejor amiga.

A pesar de su corta edad, Hugo sabe que la situación económica de sus abuelos, a los que él considera sus padres, es bastante complicada por lo que no ha exigido grandes celebraciones repletas de regalos y globos. La abuela Patri ha cocinado, con su inestimable ayuda, sus bizcochos de chocolate más preferidos, uno grande para el cole y otro, más chiquitín, para celebrar con los Cepeda por la tarde. Y papá Manuel le ha enseñado uno de esos vídeos que guarda imágenes del pequeño con su madre antes de que esta falleciera, y la verdad es que Hugo no pide mucho más.

—Viene agotada —aprecia Manuel al divisar, a lo lejos, el flequillo despeinado de Aitana.

—Mañana sale la revista de este mes, están a tope, y encima tenía que pasar por casa de mi suegro a darle el parte con todos los detalles pormenorizados de la publicación —explica Luis fijando su vista en su novia que avanza hacia ellos con gesto neutro.

—Hola —saluda en general aún con la respiración entrecortada—. Siento llegar tan tarde.

—¿Cómo está tu padre? —cuestiona el abuelo de Hugo tras un breve saludo, percatándose de que la pareja no se ha saludado con la efusividad habitual en ellos.

—Afortunadamente lo suficientemente bien como para creer que se puede permitir ser un cabezota —lamenta sentándose en el hueco que los abuelos de Hugo le han dejado en el banco— ¿Dónde están los peques? —pregunta mirando a su alrededor.

—Allí andan —señala Patricia, que no les quita ojo—, dándoles a sus hormigas un poquito de bizcocho —ríe—. ¿Quieres un trocito? Te hemos guardado.

—La verdad es que tengo el estómago cerrado —admite rechazando el ofrecimiento con apuro—. Me he tomado un café en casa de mi padre, porque se ha puesto pesadísimo con que tomase algo, y casi que no tendría ni que haberlo hecho.

—Ay, este Cosme... —ríe levemente Manuel— He de decir que en cierta manera le entiendo. Lleva toda la vida haciéndose cargo de todo lo relativo a la empresa, controlando hasta el más mínimo detalle... Debe ser muy complicado dejar, de un día para otro, de hacer lo que has hecho todos los días desde hace más de veinte años.

—No fue nada nada fácil convencerle, la verdad —interviene Luis observando de reojo la reacción corporal de su novia a las primeras palabras que el gallego pronuncia desde que ha llegado.

—Es que no le quedó de otra, la doctora fue muy clara: reposo, descanso y nada de trabajo en los próximos meses —afirma Aitana manteniendo su atención en los abuelos del pequeño Hugo y sin reparar demasiado en las palabras de su novio.

Y lo cierto es que Aitana reproduce a la perfección las palabras exactas que la doctora pronunció, pues, desde el momento en que las escuchó por primera vez, no han dejado de reproducirse en bucle en su cerebro.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora