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En casa de Miriam la radio casi siempre está encendida, la gallega es incapaz de hacer nada sin que la música la acompañe y cuando uno de los dos habitantes usuales del hogar está en plena promoción la costumbre se torna muy beneficiosa para que la otra parte pueda estar al día sobre las novedades que van saliendo al mundo.

Mientras Rafa Cano presenta el nuevo éxito de Orozco que ha hecho explotar al mundo entero, Aitana continúa mirando por la ventana, dando vueltas a la cucharilla y suspirando con pesar por la mala suerte de que al cantante catalán le haya dado por componer sobre el desamor justo en este momento de su vida.

—Yo no entiendo cómo puedes ser tan cabezota —regaña la del pelo rizado entrando a la cocina.

—Buenos día, Miriam, yo también me alegro de verte ¿has dormido bien?

—No mucho, la verdad —reconoce con la nariz arrugada en señal de desagrado—, pero supongo que será por los nervios.

—Haz el favor de no estirar la cuerda más de la cuenta —insiste su amiga preocupada.

—Os lo he prometido, a la mínima que sienta malestar las aplazo, pero lo de esta noche ha sido normal.

—En fin, tú verás.

Miriam rebusca en uno de los cajones de la encimera y deja las llaves de repuesto frente al desayuno de su amiga fulminándola con la mirada.

—Ya no te lo digo más, quédate.

—Miriam, que no, llevo aquí metida dos semanas —se queja poniendo distancia de por medio entre ella y el metal que da acceso a la vivienda—, me iré un par de días con mi padre y luego ya veremos qué hago.

— ¿Se lo has dicho ya?

—No —reconoce Aitana en voz baja con la cabeza agachada— y espero no tener que hacerlo, la verdad. Quiero solucionar esto, sea lo que sea, no sé cómo pero al menos me gustaría intentarlo.

Miriam muerde una de las tostadas de su amiga observándola en silencio. No puede olvidar la primera noche que Aitana pasó bajo su techo ni las cientos de lágrimas que tuvo que secar por lo que acababa de pasar.

—Quiero hablar contigo —sentenció el chico al otro lado de la línea fingiendo ignorar el tono cortante de su novia— ¿Dónde estás?

—Firmando el alquiler, te he mandado un mensaje antes.

— ¿Llevas tres horas para eso?

—Diego, no me toques las narices, no estás en disposición de reprocharme nada.

—Lo que sea —murmuró hastiado— ¿Te importa venir a mi casa? Necesito hablar contigo.

— ¿A tu casa? —preguntó Aitana boquiabierta sin recibir más respuesta que el silencio que anunciaba el final de la llamada.

Se despidió apremiadamente del gallego dejándole el juego de llaves que, desde ese momento, sería suyo y condujo los pocos kilómetros que separaban su antiguo hogar de la casa que ella creía poder considerar como suya también. Eso creía hasta escuchar a Diego denominar de distinta manera las paredes entre las que habitaban.

Absurda. Es el mejor adjetivo que Aitana puede usar para describir cómo fue la conversación que mantuvieron durante la siguiente hora y media.

Diego afirmaba no sentirse cómodo en la situación que estaban viviendo e, ignorando las preguntas de ella sobre a qué se refería, insistía en que las cosas habían cambiado y necesitaban tomarse un respiro. Aitana demandó entre gritos que se explicara sobre la dicha situación que tanto le estaba afectando y cuando él le preguntó que si no era obvio tras llevar días sin hablarse no pudo evitar explotar.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora