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No supo qué responder.

Y el salto que Víctor dio para bajarse del columpio y cedérselo fue la excusa perfecta para dejar la respuesta en el aire.

Ella sabe que su mamá se llama Maite. Sabe que salió de su tripita, como la primita Ali salió de la de la tita Miriam. Pero nunca ha convivido realmente con ella, y, como ya confesó, siente que no la quiere como supone que se debe querer a una mamá.

De ella recuerda gritos, caras de desagrado, que la llevó lejos de su papá y aquella habitación gris en la que la dejó, en la casa de una señora que no conocía y sin decirle siquiera "adiós". Recuerda también cómo la cara de su papá cambia radicalmente cada vez que ella anda cerca y la manera en la que trató a su Aiti, a la que tuvo la necesidad de proteger interponiéndose entre ambas.

Su Aiti. De ella sólo puede recordar cosas bonitas. Todos los abrazos, los besos y los mimitos. Los juegos en el hospital, cómo aprendió lengua de signos para poder comunicarse con ella, las pelis, los dibujos, el gran elefante volador que pintó en su habitación, los castillos que han edificado juntas... y lo contento que está su papá siempre que Aitana está con ellos.

¿Eso es una mamá?¿Alguien que te quiere, te cuida y te hace feliz?

No lo sabe con certeza. Pero lo que sí tiene muy claro es que, al contrario de lo que siente al tener a su mamá cerca, con Aiti nunca ha sentido miedo y a ella sí que la quiere mucho más que muchísimo.

Y con eso creía tener más que suficiente.

Pero una semana después, cuando a otro de sus compañeros le toca ser el protagonista de la clase, la pregunta que Lara le hizo inocentemente vuelve a despertar curiosidad en ella.

Julián les cuenta con orgullo que su mamá conduce aviones súper grandes. La expresión le cambia un poco cuando confiesa que, a causa de eso, pasa mucho tiempo fuera de casa, pero pronto recupera la sonrisa para asegurar que en vacaciones es súper guay poder acompañarla y conocer un montón de sitios nuevos. Su otra mamá es una cocinera súper importante y, aunque trabaja muchas horas y acaba muy cansada, todas las noches dedica un ratito a enseñarle cosas nuevas que ha aprendido a hacer en el restaurante. Y siempre que pueden practican juntos para prepararle las mejores comidas del mundo mundial a mamá Sonia cuando vuelve de viaje.

El cerebro de Lucía opta por desconectar de su alrededor cuando en la pantalla de clase comienzan a proyectarse las fotos que toda la familia se hizo en el último país que visitaron el verano anterior.

Julián tiene dos mamás, ¿y ella?¿Una?¿Ninguna?

La que es su mamá no está ni ha estado nunca con ella, así que supone que es como si no la tuviera. ¿Entonces no tiene mamá?

Pues no le parece justo. Julián tiene dos, y Noe siempre dice que tienen que repartir entre todos las galletas que algunas familias traen para celebrar los cumpleaños de los niños, así que, según su lógica, Julián está acaparando demasiadas mamás y por eso a ella no le toca ninguna.

Eso no significa que Lucía le quiera quitar una mamá a Julián. Esa no es la mamá que ella quiere. Y, para ser sinceros, ni siquiera le sirve cualquier mamá... Pero no tiene muy claro si lo que ella de veras desea es posible.

Y es en esa maraña de pensamientos en la que Noemí la descubre cuando, tras despedir a las mamás de Julián, se da cuenta de que la pequeña no ha salido, como el resto de sus compañeros, corriendo hacia la zona de juegos que tienen en el aula y continúa sentada en el mismo lugar donde ha presenciado la exposición.

—Pequeñina, ¿estás bien? —pregunta sentándose a su lado y colocando una mano en su espalda para sacarla de sus pensamientos.

—Me duele aquí —afirma con un hilo de voz mientras señala el centro de su frente.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora