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Si de algo no tiene duda alguna es que el artículo de Miriam, a pesar de ser obligatoriamente de extensión menor a las dos páginas, debe acabar siendo el mejor que hayan escrito en su vida sobre ella. La gallega está en un momento muy importante en su carrera y, con el tiempo escurriéndose entre las manos, antes de que la noticia de su embarazo ocupe todas las portadas, tiene que lograr que lo que escriba en esas líneas opaque todo lo demás.

Como si eso no fuera, ya de por sí, suficiente responsabilidad, Tiago le ha pedido expresamente que sea ella quien se encargue de todo aquello que se ponga en la revista relacionado con la gala benéfica. Gala de la cual, entre Santi y su padre, están incrementando cada vez más la importancia.

Y no puede olvidar, por mucho que quisiera, que esa misma tarde su tutor le ha dado un toque de atención que le ha hecho replantearse la necesidad de continuar con el trabajo de fin de máster que dejó postergado. Nada en el mundo le gusta más que escribir. Siempre consigue evadirla de la realidad y llenarle, a cada párrafo que sus manos componen, un poquito más el alma. Por ello cuando, a la hora de elegir máster, encontró la posibilidad de entrar en escritura creativa no dudó ni un solo segundo que ese era su camino, pero enfrentarse a un proyecto tan grande como el trabajo final, proyecto que ha estado atrasando varias semanas, junto a las demás cosas, y sentir que no avanza con ninguna de las tres empieza a ponerla un poco nerviosa a esas horas de la noche.

— ¿Molesto? —pregunta Luis saliendo a la terraza, Aitana alza la vista de su pantalla en blanco y niega con una sonrisa forzada— ¿No tienes frío?

—Voy tapada —se justifica volviendo a estar concentrada en las teclas negras que se levantan ante ella.

Luis enciende su cigarro apoyado en la barandilla mirando hacia la nada, reprimiéndose a girar sobre sus talones para contemplar la única inmensidad que de veras le intriga.

—Si el sonido de la guitarra te desconcentra... —insiste él tras la cuarta calada— No sé, puedo irme a la habitación o dejar de tocar, me sabe mal que estés aquí fuera.

—Me he encargado de estar lo suficientemente cerca de la puerta para oírte tocar, no he salido porque me molestes, tengo la manía de camuflarme en la magia de la noche cuando estoy poco inspirada.

— ¿Y funciona? —pregunta Luis descubriéndola mirándole al darse la vuelta.

—A veces —admite encogiéndose de hombros— ¿Quieres probar?

—Me vendría bien un poco de esa magia.

Aitana se levanta de la silla en busca de una manta, la guitarra del chico y el cuaderno que siempre porta con él. En los momentos de distracción se ha permitido observarle por el cristal escribir y tachar, probar melodías o puntear las cuerdas sin más, y sabe que también necesita un cambio de aires para que algo que le convenza salga.

— ¿Vienes? —propone él sentado en el balancín cuando la ve regresar a la mesa— Hay sitio para los dos.

Se apoya en la guitarra observándola trasladarse a su lado, sujeta el portátil cuando ella le pide ayuda y le tiende la manta cuando, por fin, ambos están acomodados. Para Aitana escucharle tocar los acordes de los que, sin que él aún lo sepa, tiene que escribir, es la mejor de las inspiraciones que podría tener.

Las letras surgen casi como emanando de las yemas de sus dedos contra las teclas, el Word avanza hasta llegar al límite establecido y, a falta de un par de pasadas a limpio para decorar un poco más sus palabras, puede dar por concluida una de las tres tareas que se había autoimpuesto antes de irse a dormir.

—¿Es por afición? —pregunta con curiosidad viéndole esbozar sobre la hoja letras ilegibles a esa distancia para ella. Le diría que sabe de su amistad con Miriam, pero sería complicado de justificar sin descubrir, y volver a sacar el tema, la lectura indebida de sus canciones.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora