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¡Alto! Antes de que empecéis a leer este capítulo queremos avisaros de que hemos hecho algunos cambios en el anterior, por si queréis releerlo.

Ahora sí, podéis seguir leyendo.

Mientras mira de reojo hacia el banco en el que Luis y Carmen conversan, y aún sintiendo cierto temblor en las piernas, Aitana agradece al sacerdote que les haya dejado entrar a la sacristía en vista del fuerte ataque de ansiedad que la mujer del difunto ha sufrido en la puerta de la iglesia al tener que enfrentarse a su hija.

—Que se tome el tiempo que sea necesario ¿de acuerdo? —concluye con una serena sonrisa—. Voy fuera a hablar con las personas de la funeraria, si necesita algo avisadme.

—Gracias —consigue susurrar la chica antes de encaminarse, con prudencia, al lugar donde su novio y Carmen continúan conversando tomados de las manos.

—Carmen...

—Aitana —responde la mujer en el mismo suave y, ya pausado, tono de voz al tiempo que levanta la cabeza para mirarla.

—Lo siento —se dicen ambas, al unísono. Inmediatamente en sus rostros se dibuja una leve sonrisa comprensiva.

—Oye, no —interviene el gallego con cierta frustración—. Vosotras no tenéis la culpa de nada.

—Siéntate —invita Carmen a la del flequillo haciendo un hueco a su lado izquierdo—. Por supuesto que culpa suya no es —concede mirando a Luis mientras toma también la mano de ella—. Y sé que mía tampoco —admite sorbiendo por la nariz, dejando que las lágrimas mojen su rostro—. Pero aún así no puedo evitar sentirlo. Paco no se merecía esta despedida y tú, Aitana, no te mereces ese ataque tan incoherente.

—Por mí no te preocupes, Carmen. Reconozco que me ha impactado verla, no me la esperaba y menos esperaba que se armara ese revuelo en un momento así, pero yo estoy bien. Si Lucía está a salvo, yo estoy bien —reitera apretando el agarre de sus manos al tiempo que, con la mano que tiene libre, limpia una de las lágrimas que mojan la cara de la mujer.

El sonido de la puerta de madera que separa la sacristía de la nave central de la iglesia hace que los tres se giren con cierto miedo esperando saber quién está entrando. Para su tranquilidad la hermana de Carmen cruza el umbral con prudencia y una leve sonrisa conciliadora.

—Carmen, ya se ha ido, se la han llevado —relata refiriéndose a su sobrina— y tenemos que llevar a Paco al cementerio —recuerda acercándose a la mujer.

—Sí, vamos —concede en un suspiro poniéndose en pie—. Diles que ya salgo —solicita, dirigiéndose a su hermana, pidiéndole en silencio un instante para despedirse de la pareja—. Chicos, gracias por venir, de verdad, y por el dibujo de mi niña —agradece de manera sincera cuando su hermana desaparece tras la puerta—. Espero que empecéis el año con buen pie, y de verdad que siento mucho que mi... —una nueva lágrima interrumpe sus palabras— Siento todo lo que os ha hecho sufrir.

—Carmen, ya lo hemos hablado —le recuerda el gallego con la sonrisa más alentadora que es capaz de esbozar—. No vamos a hablar más de ese asunto ¿de acuerdo? —concluye tomándole de nuevo las manos.

—Cuidaos mucho, por favor —pide, tras asentir a las palabras de Luis y abrazar a ambos como despedida.

—Vamos hablando ¿vale? Y si necesitas algo cuenta con nosotros —le recuerda el gallego antes de que sus caminos se separen.

La pareja observa desde la entrada de la iglesia cómo el cortejo fúnebre reanuda su marcha hacia el lugar en el que se producirá, en la intimidad familiar, el último adiós a Paco.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora