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"¿Ha ido bien? Dime algo cuando puedas ^^" Como si no fuera la tercera vez que lo lee a Aitana se le vuelve a escapar la misma sonrisa pero, al igual que las anteriores ocasiones, cierra la aplicación sin contestar procurando concentrarse en la canción que suena en la radio. Escuchar la voz de Santi de forma casual, sin siquiera pretenderlo, siempre consigue que un pequeño hormigueo provocado por el orgullo se instaure en su estómago y, como en cada oportunidad en la que esto ocurre, se encarga de inmortalizarlo en una historia de instagram en la que le etiquetara en cuanto pueda detenerse en un semáforo en rojo a sabiendas de que el Argentino le prometió no compartir dichos vídeos en su perfil para que la barra de notificaciones de ella no se llenase de solicitudes de seguimiento que se tendría que encargar de rechazar.

Mientras tanto, a varios kilómetros de allí, el gallego trata de opacar su enrojecimiento ante la curiosa mirada de las dos chicas con las que comparte esas cuatro paredes.

Tu padre está con el tonto subido, cielo —asegura Amaia divertida haciendo reír a la pequeña.

¿Puedes dejar de desacreditarme delante de mi hija? Te lo agradeceria.

¿Qué es "desacreditarme", papá? —pregunta Lucía confundida imitando el signo que su padre ha usado.

Luego te lo explico —asegura antes de dejarle un beso en la cabeza— Ahora quiero que te acabes la comida, venga.

Lucía no entiende por qué se tiene que beber toda la sopa que le ponen en la bandeja cuando ya, a duras penas, se ha comido el trozo de carne que lo acompañaba haciéndole recordar inevitablemente que echa mucho de menos las comidas que su abuela y, sobre todo, las cenas de las que siempre se encargaba su papá cuando volvía de trabajar que eran, sin duda alguna, sus favoritas.

—Te conozco desde hace... ¿Cuanto, Cepedi, dos años? —duda la de Pamplona acomodándose en el sillón.

—Ya casi más para tres, la peque cumple los cuatro en diciembre.

—Fijate, y en tres años que te conozco nunca te había visto así —observa divertida.

—Tampoco es que me pillases en el mejor momento —Amaia arruga la nariz satisfecha por la respuesta inconsciente del gallego y este, al caer en cuenta, niega—. No he dicho lo que crees que he dicho.

—Yo solo sé que has entrado esta mañana por esa puerta con una sonrisa que no te he visto en tu vida, y no hablo de las sonrisas que te puede provocar Luci, tú y yo sabemos que es de otra forma.

—Pero es que te estás pensando algo que no es... —Suspira— ¿Quieres que reconozca que creo que puede ser una de esas personas como tú fuiste en su día, de esas que por el buen rollo y esa conexión extraña podría conservarla en mi vida como una buena amiga? Pues, no lo sé, igual es muy pronto para determinar eso, pero es lo que siento. De ahí a lo que tú estás pensando, lo siento, pero no.

—Si tú quieres que yo haga como que me lo creo, no te voy a quitar el capricho pero siento decirte que, por suerte, de mí nunca hablaste con esos ojillos.

—¿Tú qué sabes? —reta reprimiendo la sonrisa— No te hagas ahora la longuis, no es necesario que te diga lo importante que eres para mí.

El universo, en ocasiones, te da dos de cal y una buena de arena. Y Amaia, en la vida del gallego, había aparecido como una inmensa playa paradisiaca cuando más creía necesitarlo.

Con sólo unos meses de vida, a Lucía le detectaron una hipoacusia grave que, de haber sido detectada a tiempo en el examen postnatal que le hicieron, podría haberse evitado pero que, a esas alturas, hacía irreversible su sordera. El mundo de Luís cayó a sus pies al saber que ese bebé del que cada vez que miraba, aun por complicado que pareciese, creía enamorarse más iba a tener que hacer frente a una vida plagada de barreras por culpa de una negligencia médica.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora