—No, ahí no me gusta —valora Lucía hablando consigo misma.
Aitana la observa en la distancia. Tras dos lavadoras parece que por fin ha terminado con la montaña de ropa sucia que los tres han acumulado en los últimos días. La vuelta al trabajo tras sus pequeñas vacaciones en México se les ha hecho un poco cuesta arriba.
No le ha sido fácil encontrar un momento para atender a los pitidos del electrodoméstico anunciando el fin del programa de lavado, pues Lucía, harta de excusas, se ha negado a esperar un sólo día más a que le imprimiesen esa foto tan divertida de los tres con la tía María y sombreros mejicanos que lleva un par de semanas queriendo colocar en algún lugar de la casa.
—Aquí ¿vale, mami? —propone arrodillada sobre el banco del piano para llegar a colocar el marco sobre la caja del instrumento.
—Me parece un lugar perfecto, peque —concuerda con una sonrisa mientras camina con un montón de ropa aún húmeda entre sus brazos—. Voy a tender esto, vengo ahora, ¿vale?
La niña asiente en un gesto casi imperceptible. Permanece embobada mirando con una sonrisa la fotografía que tiene frente a sus ojos.
Ha sido un viaje súper especial. Por fin, tras cuatro años de espera, la enorme sonrisa de la gallega iluminó toda la terminal de llegadas internacionales del aeropuerto de Ciudad de México. Ver a su sobrina correr emocionada a sus brazos era una imagen con la que María siempre había soñado.
—¡Mi amorcito! —exclamó recibiéndola entre sus brazos— Bienvenida a México.
—¿Has visto nuestro avión en el cielo, tía? —preguntó la pequeña, con los ojos muy abiertos, aún impresionada—. Era súper grande y llevaba un montonazo de gasolina porque no podía pararse en todo el rato, ni en el agua ni en las nubes ni nada —indicó tal y como sus padres le habían explicado.
—Lo he visto aterrizar a través de los ventanales —aclaró colocando sus rizos tras sus orejas—. ¡Pero qué chulos tus audífonos de dumbo!¿Te han molestado durante el viaje? —quiso saber. No era la primera vez que Lucía se subía a un avión con sus implantes, pero sí la primera vez en la que el vuelo se prolongaba más allá de una hora, y, además de la necesidad de evitar que la pequeña atravesara el arco de seguridad, cabía la posibilidad de que fuera necesario apagarlos en algún momento durante el trayecto.
—Me ha dolido un poquito la cabeza —reconoció encogiéndose de hombros, restándole importancia—. Pero papi me los ha quitado y no pase res —concluyó dedicándole una sonrisa al aludido, que esperaba pacientemente junto a Aitana para poder saludar a su hermana.
—Hemos signado cuentos para entretenernos, y así no molestábamos a nadie, ¿verdad, amor? —explicó la catalana abrazando a su cuñada.
—Sí, menos cuando mami se ha mareado un poquito, que le hemos hecho mimos para que se pusiera mejor —concretó la niña pasando a sus brazos.
—¡Ay, no me digas! ¿Has pasado un mal vuelo? —le preguntó María preocupada.
—No se lleva muy bien que digamos con los aviones —explicó Luis acercándose al fin a su hermana para abrazarla.
—Si es un par de horas consigo superarlo sin problema pero más... Me cuesta un poco —reconoció con un ligero apuro.
—Y, como es una cabezota, no se ha querido tomar las pastillas para dormir —recriminó el gallego con resignación.
—¡Es que para una vez que viajamos...! No quiero perderme ni un segundo, además que con eso luego me paso día y medio nublada.
—Bueno, ahora cuando lleguemos a casa te preparo una manzanilla y seguro que así te encuentras mejor —animó María—. Vamos, tengo el coche en el parking.

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Inefable.
Fiksi PenggemarAitana se haya en una lucha interna entre algodones para ser alguien siendolo ya todo. Ansía menos de lo que tiene pero pudiendo lograrlo por sus propias manos. Lo mires por donde lo mires la vida de Luis no se torna nada fácil. Su historia es, prec...