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Sale de su habitación con el corazón en un puño, muchas dudas resueltas y cientos de nuevas preguntas que se esfuerzan por atormentarla golpeando con fuerza las inexistentes paredes de su pensamiento. Frente al espejo del ascensor sólo es capaz de desear que, como sea, las respuestas a estas lleguen mucho antes.

Para su propia sorpresa casi no le dió importancia a las palabras de Sheila, estaba más preocupada por si Lucía estaría necesitando algo o la extraña tardanza de Luis y el nombre de Diego no hizo demasiada mella en ella. O eso es lo que creía.

Casi cuando el nombre del gallego apareció en su mente este, casualmente, giró la esquina del pasillo haciendo contacto visual con ella. Sheila se marchó antes siquiera de que Luis llegase a acercarse preguntando si había habido algún problema con Lucía.

—No, sólo quería hablar conmigo —justificó restándole importancia prestando más atención a la nueva ropa que a la situación—. Te has puesto muy guapo ¿vas a algún sitio?

—Bueno, tengo una cita improvisada...

—¿Ah, sí? No sabía nada —murmuró Aitana sin pretender reprimir la sonrisa que él le provocaba con el tacto de sus dedos en la cintura.

—Claro, porque ha sido improvisada —repitió divertido—. He pensado que, quizás, sólo la guitarra es poca cosa. He traído un termo de chocolate y galletitas saladas para cuando la peque se duerma.

—¿Galletitas saladas? —preguntó ella alzando las cejas mientras Luis jugaba con el borde de su pantalón— Menuda manera de provocarme... Yo pretendía trabajar.

—Puedes comerlas mientras trabajas, a ver si te crees que yo no tengo curro.

—El rey de las citas —bromeó acercándose más entre risas, con la nariz encogida y los ojos achinados por la felicidad.

—¿Te gusta o no? —se quejó fingiendo estar hastiado. Aitana entrelazó los brazos tras su cuello, teniéndose que poner de puntillas, y besó su nariz acompañando el gesto con un susurro asegurando que le encantaba— Pues dame un beso, pulgoncia.

—¿Cuándo dejarás de llamarme eso?

—Cuando tú dejes de llamarme anchoa.

—Nunca —susurró ella sobre sus labios.

—Pues nunca —concluyó él.

Ambos pretendían ser productivos, pero los límites de esa autodenominada cita improvisada eran demasiado tentadores para dejarlo pasar. No tardaron más de media hora concentrados en sus respectivas responsabilidades antes de empezar a hacer el tonto y de que de las cuerdas de la guitarra de él surgieran notas muy diferentes a las que acompañaban a la composición que tenía entre manos.

—¿Has hablado con Marta? —se interesó la catalana mientras sostenía el instrumento entre las manos.

—La he llamado hoy, sí, me ha dado cita para la semana que viene.

—No sé si te lo ha dicho pero le comenté un poco por encima. Te quiero avisar, ella es muy directa y cabezota. Sé que ya sin haber hablado contigo va a por todas, no parará hasta que no te salgas con la tuya.

—Un poquito se lo he notado —reconoció Luis apoyado en su mano, y el codo de esta en el respaldo, embobado observándola— ¿Puedo darte las gracias otra vez?

—No —concluyó firmemente— ¿Me enseñas? Hace mucho que no practico.

Y así fue como, lo que pretendía ser una noche de trabajo en común, acabó siendo una especie de cita fusionando con clases de guitarra que sólo alargaron un par de horas después de que Lucía conciliase el sueño. Más pronto que tarde a Luis se le empezaron a caer los párpados demostrando que, por mucho que lo negase, se caía de sueño.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora