Los pasillos del hospital se les antojan laberintos interminables mientras corren por ellos sin soltarse de la mano. Hace apenas veinte minutos que han dejado a Lucía, todavía dormida y ajena a lo que sucedía a su alrededor, en casa de los padres del gallego y se han dirigido al hospital intentando contener los nervios.
Esa llamada les pilló por sorpresa, y, de no ser porque Luis conocía el camino demasiado bien, Aitana puede jurar que no habrían llegado debido a su estado de nervios.
—Amor, es por aquí —asegura el gallego estirando de los dos dedos que aún tiene sujetos en su puño—. Tiene que ser una de esas habitaciones, mira —señala hacia el cartel del grupo que incluye desde la trescientos hasta la trescientos ochenta.
Aitana se deja llevar por su novio, le tiemblan incluso las puntas de las pestañas y sólo puede centrarse en volver a pulsar, una y otra vez, el botón de rellamada sin recibir respuesta. Luís murmura los números que van dejando atrás, aligerando más las zancadas a medida que se acercan, hasta parar en seco frente a la puerta.
—¿Estás seguro de que es esta? —pregunta la catalana con cierta duda. Aguardan unos segundos hasta escuchar un característico improperio que, dentro de la tensión, consigue hacerles reír.
—Estoy seguro.
Entran casi sin llamar, la desesperación en la voz de la chica al llamarles invita a tomar esa decisión. Aitana corre junto a la cama y la agarra con fuerza de la mano intentando contener la emoción.
—Amor, estamos aquí, tranquila —susurra intentando conseguir algo, aunque sea, de su atención.
—Voy a dejar a mi hija huérfana antes de nacer —chilla la gallega apretando la mano de su amiga para soportar la contracción que le viene—. Y me voy a cargar a los puñeteros controladores aéreos por retrasar la salida del avión.
—Salgo a llamarle otra vez, intenta respirar —suplica su hermano besándole la cabeza, a pesar de la actitud reacia de ella ante el gesto, agradeciendo tener dos pares de manos más a las que la rubia pueda estrujar.
—¿Se te ha pasado? —pregunta Luís cuando Efrén sale de la habitación.
—Sí, por ahora sí, pero tengo contracciones cada diez minutos —explica Miriam suspirando y recolocándose en la camilla para intentar encontrar una postura medianamente cómoda.
—¿Han venido ya a verte?¿Qué te han dicho?
—Sí, una enfermera con cara de vinagre —refunfuña frunciendo la boca—. Y dice que tengo que esperar y que no es para tanto, ¿que no es para tanto? ¡Me quiero arrancar el útero con mis propias manos! Aiti, por favor te lo pido, si alguna vez te digo que quiero quedarme embarazada de nuevo, párame, recuérdame este momento —suplica agarrando la mano de la catalana exagerando un pelín su reacción.
—¿Pero tanto es? —pregunta esta alarmada abriendo mucho los ojos.
—No dejes que este te líe —advierte señalando a Luis—. ¡Que los muy cabrones se lo pasan de lujo y los dolores para nosotras!
—Ni que eso lo pudiéramos elegir —recrimina el aludido sabiendo que está jugando con fuego. A Miriam se le olvida que le duele horrores la espalda, coge con fuerza el cojín en el que la tenía apoyada y advierte con él en alto.
—Luís Cepeda, cierra esa boca si no quieres que me asegure por las bravas de que no pones a mi amiga a sufrir de esta manera.
—Oye, basta de amenazas —regaña la catalana poniéndose por medio, arrebatándole el cojín y volviendo a ser el blanco fácil al que agarrarse cuando una nueva contracción llega con fuerza— ¿Otra? Tía, creo que eso no han sido diez minutos.
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Inefable.
FanfictionAitana se haya en una lucha interna entre algodones para ser alguien siendolo ya todo. Ansía menos de lo que tiene pero pudiendo lograrlo por sus propias manos. Lo mires por donde lo mires la vida de Luis no se torna nada fácil. Su historia es, prec...