-15

3.2K 99 3
                                    

Ni con veinte kilos más de corrector sería capaz de disimular los visibles rasgos de llevar más de dos días sin dormir apenas. E incluso con ello, a cuestas con esas bolsitas que se han instaurado bajo sus ojos a juego con las que ya el gallego portaba desde que le conoció, está convencida de que repetiría ambas noches sin pararse a pensarlo.

Dos noches que implican un hospital, conversaciones poco usuales y una, sorprendente, agradable compañía.

Se limita a poner un poco de brillo e hidratación en sus labios y, tras el último vistazo en el espejo, sale del baño con la ropa que llevaba puesta la noche anterior. Sonríe enternecida al ver a Luis cabecear en el sillón y procura hacer el menor ruido posible al guardar las cosas en una de las bolsas de plástico para que no se despierte. Estuvieron hasta pasadas las cuatro de la mañana hablando, Aitana no cabía en su desconcierto y de no haber presenciado ella misma el desapego que la mujer mostraba por Lucía, quizás, le habría costado más creer que tanta maldad fuera posible.

La voz de él, quebrada en ciertas partes del relato, fue aguando poco a poco las mejillas de la catalana que solo se pudo limitar a abrazarle con fuerza cuando Luis se rompió por completo al acabar de hablar.

— ¿A quién te justificas, Luis?—preguntó ella limpiándole las lágrimas sin importarle las que caían de sus ojos— ¿Por qué?

—No sé si lo estoy haciendo bien, nunca sé qué es lo correcto y siento que por mi culpa siempre está al borde del precipicio.

—Tú jamás, ni con todos los errores que cometas en el camino, vas a ser un bache en la vida de Lucía —intentó hacerle comprender Aitana viéndose reflejada en la brillante mirada de él—. Sí, quizás no eres perfecto y estéis al borde del abismo pero ¿sabes qué? Es a tu mano a la que se aferra para no caerse.

— ¿Y si la arrastro conmigo por ello?

—El abismo está aquí —explicó ella acariciándole la sien—, lo pones tú y sólo tú eres capaz de levantar muros de contención. Y, aunque no mucho, te conozco lo suficiente para saber que si es por ella, el rascacielos más grande de Dubái se queda en nada.

—Estás muy segura de ello...

—Lo estoy —afirmó con un suspiro— porque la relación que tenéis tú y Lucía me recuerda mucho, salvando las distancias, a mi infancia.

Y hablaron mucho, muchísimo más. Ella también lloró recordando la ausencia de una madre al contarle parte de una historia que tras los focos pero en la cúspide de la pirámide no parecía, ni de lejos, tan complicada como la realidad se asemejaba.

— ¿Qué pasa? —susurró ella cuando Luis se quedó parado acunándole la mejilla con la mano tras intentar sofocar el sollozo. Estaba junto a ella, lo sabía por su cálido contacto, pero sus pupilas marcaban su ubicación en el país de nunca jamás o algún lugar cercano a esas tierras.

— ¿Crees que la echará de menos de mayor? ¿Estoy siendo demasiado radical?

—No te he contado esto para que creas que hay algo malo en lo vuestro.

—Ya, lo sé, pero no quita que decirme lo que has echado en falta el abrazo de una madre de vez en cuando consiga removerme las entrañas.

—Mi madre murió y, aun así, todos y cada uno de esos momentos fueron suplidos por los brazos de mi padre —intentó hacerle ver la catalana—. No pongas en la misma balanza las situaciones, Luis, no puedes hacer más de lo que haces. Igual sí, quién sabe, quizás de mayor deseará haber tenido otra persona con ella, pero cuando realmente se pare a pensarlo en frío sabrá que ha tenido dos en una.

Tanto hablaron que lo que más le apetece hacer a Aitana en cuanto llegue al trabajo es colarse en el despacho de su padre y darle uno de esos achuchones que pueden durar hasta varios minutos. Casi como si de normal no apreciase todo lo que por ella ha hecho, nadie le puede echar en cara algo así, pero tras esa larga conversación siente la necesidad de demostrárselo aún más a la persona que estuvo ahí tras cada una de sus caídas como espera que Lucía haga con Luis cuando sea realmente consciente de todo.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora