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— ¿Puedes llamar a mi hija, por favor? —Demanda Cosme con el ceño fruncido, los pies de la chica del flequillo no tardan más de un par de minutos en aproximarse hasta el despacho de su padre— Cierra y siéntate.

— ¿Pasa algo?

—Eso quiero saber ¿estás bien? —Los ojos de Aitana se abren sorprendidos, la trayectoria se desvía hacia abajo al sentirse acorralados por las pupilas del mayor de los Ocaña y lucha contra su instinto para no arreglarse el flequillo terminando por delatar sus nervios.

—Claro.

—Prefiero que me digas la verdad, hija.

—Papá, en serio, estoy perfectamente —asegura removiéndose en el asiento.

—Entonces explícame qué ha pasado con esto —pide poniéndole la Tablet delante para que revise las incontables anotaciones que ha tenido que hacer del trabajo con el que llevan ya más de una semana de retraso— Es el tercer borrador, Aiti ¿qué te pasa?

No contesta hasta que termina de leer los consejos que, al margen del documento, su padre se ha aventurado a remarcar para que el material mejorase aunque fuera un mínimo. Si fuera otra persona podría culpabilizar a las excesivas exigencias por las numerosas veces que ha tenido que repetir el trabajo, pero es ella misma la que, desde que empezó a implicarse más en el trabajo que su padre le ofrecía, impuso sus márgenes de calidad y se negaba a bajarlos.

La única culpable es ella, ella y la puta incapacidad de dejar de pensar en que hace más de siete días que la persona con la que siempre se había imaginado su futuro se despidió de ella con un beso en la cabeza, cientos de disculpas entre los labios y la promesa de mandarle las cosas en cuanto pudiera. Y eso, para su desgracia, no la deja funcionar con ningún tipo de eficacia.

—Lo siento, papá —murmura cabizbaja.

— ¿Es el Máster? Aiti, si estas agobiada puedes intentar sacarlo en más años —asegura él acariciándose la sien pensativo— o quizás quitarte más responsabilidad de aquí, lo que prefieras, nadie te va a juzgar por ello.

—No es nada de eso, de verdad —admite suspirando—. No hay motivo, es un error, déjame solucionarlo ¿vale? Prometo que esta vez saldrá bien.

— ¿Por qué no te dejas ayudar?

—Porque no lo necesito, te lo diría si no fuera así.

—Es para mañana, no podemos esperar más —advierte él echándose hacia atrás—. A primera hora.

—Lo tendrás.

Haber perdido la que creía que iba a ser una buena tarde sin nada que hacer le fastidia, pero no es ni siquiera comparable con lo que le provoca pensar que cuando llegue a casa de su amiga, casa que por otro lado continuaría completamente deshabitada de no ser por ella, tiene que volver a ponerse con esas líneas que tantas veces ha reescrito y ya no tiene ni idea de por dónde cogerlas para que salga algo medio decente.

Y por más que se pase horas frente a la pantalla de su ordenador escribiendo párrafos y párrafos, borre y vuelva a empezar o se haga veinte tipos de infusiones para poder concentrarse, no hay manera de que nada le agrade lo suficiente para suplir el estrepitoso ridículo que ha hecho con las anteriores propuestas.

—Dime —reclama respondiendo a la llamada con sólo uno de los auriculares inalámbricos puestos. Bajo la mesa su bota choca contra el suelo de parqué por el movimiento nervioso que se instaura en su pierna.

—¿Qué tal?

—¿Te soy sincera o miento para acabar antes?

—Ya veo que rebosa el buen humor hoy, no quería molestar, ya hablamos—murmura el gallego dispuesto a colgar.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora