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Lleva tantas horas llorando que ya no sabe ni cómo recomponer el desastre que se le ha quedado por cara. Cierra la maleta acompañada de un suspiro y se queda mirando a una de las esquinas de la habitación sin saber qué más hacer, le duele tanto el corazón que cree posible que se le pueda salir del pecho y destruirse ante ella en mil pedazos más.

Ahora cada rincón de su casa alberga nuevos recuerdos, recuerdos tan recientes como bonitos, pero no puede evitar levantar viejas capas empolvadas que le hacen evocar a Diego tumbado en su sofá o tras ella mientras tocaba el piano. Diego ha sido el ancla a la que agarrarse durante más de dos años, toda la rabia que residía en ella por creer que él simplemente se había limitado a soltar la cuerda que la sostenía se ha convertido ahora en frustración. Por no saber más de lo que desconoce, por la inmensidad de dudas que le atormentan y, sobre todo, por el dolor de perderle.

No de la manera personal, irónicamente no hay cosa que más desease que que sólo fuera así, sino perderle de verdad.

Carga el equipaje en el maletero y conduce los pocos metros que la separan del hospital. No sabe si es buena idea hacerlo, pero necesita, aunque sea, darle una explicación de lo que va a pasar aun sin contarle todo. O sí, ni siquiera lo sabe cuándo traspasa la puerta de la habitación.

-Hola peque ¿y papá?

-En el baño -señala la niña a la puerta cerrada-. Mira, estoy jugando a lo de las tartas -cuenta mostrándole la Tablet que ella misma le dejó para que, el tiempo que su padre considerase conveniente, estuviera entretenida.

- ¿Me haces una tarta enorme de nata y chocolate mientras entro a hablar con papá?

- ¿Vais a hablar ahí dentro porque son cosas de mayores? -Aitana asiente- ¿Es porque sois novios?

- ¿Y tú cómo sabes eso? -pregunta sorprendida y sonrojada. Lucía se encoge de hombros.

-La tita Amaia me dijo que la gente que se da besos pueden ser o no novios y yo os vi haciéndolo el otro día.

-La tita Amaia es muy lista.

- ¿Pero lo sois o no? -insiste. Aitana sonríe de lado y, esquivando la pregunta, vuelve a enfocar la atención en la Tablet.

-Nata y chocolate ¿vale? Muy muy grande.

Por suerte Lucía se pone con el encargo y ella, tras un beso en su cabeza, puede entrar en el baño asustando al padre de la pequeña. Cosa que, por otra parte, no es muy buena idea teniendo una cuchilla cerca de la cara.

-Mierda.

-Lo siento mucho -Aitana se cubre la boca arrepentida y se apresura a hacerle girar para comprobar, por ella misma, la gravedad del corte. Luis sonríe sin quitar la mano de la herida por mucho que la chica insista.

-Bueno, si me tengo que cortar que sea en un hospital ¿no?

-Idiota -masculla pegándole en el brazo y consiguiendo, por fin, apartarle la mano-. Siéntate, te lo voy a curar.

- ¿Qué haces aquí tan pronto?

-Te va a escocer -advierte aproximando el algodón a su mejilla, Luis cierra los ojos con fuerza y apoya la frente en la tripa de ella-. Necesitaba hablar contigo.

- ¿Qué pasa? -pregunta alzando la cabeza con el ceño fruncido al notar algo raro en su voz. Aitana le observa desde arriba sin soltar la presión del algodón. Siente que el aire se le atraganta en la garganta y dificulta la salida.

-Me tengo que ir unos días, no sé cuántos.

- ¿Irte, dónde?¿De viaje? -Ella asiente dejándose guiar por las manos del gallego que la invitan a sentarse sobre sus piernas- Pues no pareces muy contenta con ese viaje.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora