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Cualquiera que viera su mesa de trabajo pensaría que ha estado, al menos, un mes de vacaciones. Varios portadocumentos se apilan a un lado de su portátil, y al otro los nuevos trabajos discográficos de las figuras más relevantes de la música nacional copan el espacio que Aitana acostumbra a llenar de pequeños recipientes con comida para la mañana.

La bandeja de entrada de su correo acumula demasiados emails pendientes, e incluso ha pegado en la pantalla del ordenador un par de post-its para no olvidarse de realizar un par de llamadas.

Y, aun teniendo todo ese trabajo pendiente, en su cabeza no hace más que revivir la noche anterior. No puede sacar de su mente la melodía con la que ayer Luis le dio una sorpresa mayúscula.

—La terminamos la semana que pasaste en Londres y por fin me la han mandado —aseguró el gallego cuando, tras acabar la canción, los ojos vidriosos de su novia pedían más detalles.

—No me dijiste que ya la habías grabado, te juro que no me lo esperaba para nada —confesó emocionada.

—Quería que fuera una sorpresa. Eres la primera persona, además del equipo de producción del estudio, que la escucha —explicó sin poder ocultar la sonrisa ilusionada.

—Es espectacular, Luís, es más espectacular de lo que esperaba que fuera —le aseguró—. Me paso la vida escuchando temas inéditos por el trabajo y muy pocas veces, si no nunca, me he emocionado tanto.

—No sabes cuánto significa eso para mí, Aiti, de verdad.

—¿Podemos volver a escucharla, por favor? —demandó abrazándose con fuerza a sus piernas, reposando la barbilla sobre las rodillas y reclamando, con ojitos brillantes, que le concediera el capricho.

—¿Es estrictamente necesario? —se quejó apurado. Estaba deseando que su novia lo escuchara pero, habiéndose quitado ese quehacer de encima, prefería no volverse a escuchar a sí mismo, por el momento, en los altavoces del coche.

—Porfi —pidió la catalana alargando la última vocal—, es que me hace mucha ilusión oírla por fin. Me hace mucha ilusión oírte cantarla —concretó ladeando la cabeza.

—En fin —suspiró resignado el chico dándole hacía atrás, desde el control del vehículo, a la pista musical— Oye, ¿cómo vas?¿se te pasa? —se interesó quitando la mano del volante para apretar el muslo de su novia.

—Bien, me ha sentado bien este airecito... —mintió no queriendo preocupar más a Luis y, sobre todo, no queriendo opacar un momento tan especial con su malestar— y tu canción.

—Bueno, en ese caso, siempre que lo necesites te puedo hacer una canción —prometió con una sonrisa mirando a la carretera— Joe, amor, qué fuerte todo esto ¿no? —comentó tras unos segundos en silencio que, su propia voz, cubrió con música.

—Te lo mereces tanto... Es que estoy segura de que, en cuanto el mundo oiga tu canción, te van a adorar —aseguró posando su mano sobre la de su novio, que reposaba sobre su rodilla.

—No sé lo que pasará en un futuro pero muy surrealista tiene que ser para que supere cómo me siento ahora —afirmó encogiéndose de hombros—. Te juro que siento que lo tengo todo, es como demasiado perfecto —se explicó dejando leves caricias en las yemas de ella.

—Ya era hora de que la vida te recompensara por todos los malos momentos que te ha tocado vivir, amor. Es que te lo mereces todo.

—Los dos —intervino firmemente—, los tres, mejor dicho, los tres nos merecíamos un descanso y ser felices —se corrigió dirigiendo el coche a la calle paralela a la de su casa— ¿Nos vamos a descansar? Si te apetece podemos ver una peli antes de dormir.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora