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Empieza a temer provocar un accidente por no estar prestando la atención adecuada a la carretera, pero los nervios hacen casi imposible no desviar la mirada hacia el retrovisor por el que se reflejan los pensativos ojos de su hija. Lucía sabe que vuelven al médico, pero su padre le ha prometido que no le harán nada, sólo van a hablar, y le ha asegurado que Aitana les acompañará en esta ocasión. Ambos factores parecen conseguir que la pequeña lo lleve levemente mejor que la anterior vez.

Y lo que más quisiera Luís es que eso también le pasase a él. No tiene duda alguna de que la compañía de la catalana, sus palabras de aliento y esa sonrisa, que cada día le gusta más besar, ayudarán mucho a sobrellevar el proceso pero sabe que nada ni nadie es capaz de arrebatarle el vértigo que se instauró en su estómago desde que la tarde anterior le comunicasen que los resultados de las pruebas estaban listos.

Aitana es completamente consciente de ello. Se podía intuir en la temblorosa voz del chico cuando la llamó inmediatamente después de colgar a la enfermera o, incluso, en la media sonrisa que este le dedicó con sorpresa al abrirle la puerta poco después de concluir la conversación a pesar de que la catalana hubiera afirmado, esa misma mañana, querer quedarse en casa de su padre para finalizar la revisión del trabajo. Pero, desde luego, acabó por confirmarlo con la larga conversación que tuvieron en la terraza mientras Lucía jugaba y al darse cuenta de que ni siquiera hizo intención de cenar. Todo eso, su propia preocupación por lo que dijeran los resultados y la que por él siente, con las que ha cargado toda la mañana, sumado a que las horas del reloj han parecido pasar más lentas de lo normal, hacen que Aitana no vea el momento de que Luis le avise de que ha llegado al aparcamiento.

-Papi -saluda asomándose por la puerta como de costumbre-, siento no haber entrado antes a verte, es que quería adelantar esto para dártelo antes de irme ¿cómo ha ido por Madrid? Últimamente estás de un plan que casi te interesaría más alquilarte algo allí, me tienes abandonada.

-Tendrás valor de echarme en cara que no esté mucho por casa... -pone los ojos en blanco- Ha ido bien, tengo que volver un par de veces este mes pero no, no me voy a alquilar nada allí, no te vas a librar tan fácilmente de mí.

-No me quiero librar de ti, papá, no me seas dramático -regaña esbozando un mohín-, yo iría a verte.

-No vienes a verme cuando se supone que vives en mi casa, vas a venir a Madrid -ríe negando con la cabeza- Tú y yo aún tenemos una conversación pendiente, no creas que se me ha olvidado.

-Qué sí, pesado, que esta tarde hablamos -asegura alargando mucho las palabras- ¿Puedes echarle un vistazo a eso? Quiero enviar la propuesta de lo de Dani ya... Y, para que te quejes, te he dejado una copia del trabajo -informa señalando la carpeta que acompaña a los papeles-, no está revisado pero pues... Eso, ya sabes, dime qué te parece cuando lo leas. Cómo si fuera para la revista ¿vale?

-Cuenta con ello -asiente dedicándole una sonrisa de orgullo antes de sumergirse en los papeles que tiene enfrente. Muchas de las respuestas le sorprenden gratamente y, por lo que corresponde al estilo de redacción, como acostumbra a pasar, no tiene nada que objetar. Levanta la cabeza conforme y se encuentra la mirada preocupada de su hija contemplando el móvil-, yo te doy el visto bueno -asegura devolviéndole las hojas-. Y a esto le echaré un ojo más con calma comiendo ¿vale?

-Muchas gracias -dice poniéndose de pie cargando el bolso en su hombro- ¿nos vemos esta tarde entonces, no?

-¿Tienes prisa?

-Pues... Un poco -asegura tamborileando sus dedos sobre la propia palma con la que aguanta el asa del bolso- ¿Por?

-Nada, que yo también me marcho ya, espérame y bajamos juntos.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora