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En el comedor se establece un profundo silencio tras la confesión. Es complicado romper un momento así, pero el sonido de la puerta, chirriando al abrirse, consigue que todos giren la cabeza para averiguar de quién se trata. Aitana, un poco abrumada por tanta atención a su persona, balbucea el nombre de su novio pidiéndole que salga un momento.

—¿Qué pasa? —pregunta preocupado tras disculparse con ambas parejas y acompañar a la chica al pasillo.

—Lucía necesita verte, amor. No entiende demasiado bien qué pasa ni por qué tiene que estar en esa habitación y necesita mimos.

—Pues vamos a darle esos mimitos a la pequeñaja —concede esbozando una sonrisa— pero antes... —suspira poniéndose delante de las escaleras, frente a ella que está un escalón por encima superando así un poco su altura— ¿Podrías darme un abrazo, por favor? —demanda hablando a la vez que la voz se le va quebrando.

—Ven aquí —anima la chica abriendo sus brazos para acogerle entre ellos—. Te quiero mucho, Luisito, tú lo sabes, ¿verdad?

—Lo único que no sé es cómo voy a poder agradecerte haber aparecido en mi vida en el momento perfecto —susurra cerrando los ojos con el rostro escondido en su cuello—. Necesito que me aconsejes, Aiti, porque ya no sé qué hacer y me voy a volver loco.

—¿Qué ha pasado ahí dentro, cariño? —cuestiona ella buscando su mirada.

—Son los padres de Maite —informa a pesar de creer que Aitana ya ha debido intuirlo. Como puede, intentando que sea lo más resumido posible, relata las palabras de la pareja exponiendo todas sus dudas sobre el tema— ¿Qué hacemos?

—Luis, yo te voy a apoyar sea cual sea la decisión que tomes —promete la del flequillo—. Lo más importante es Lucía, y si a ella verles le puede causar algún perjuicio. Si crees que ella no sufriría innecesariamente y además ellos te han prometido ayudarte en el juicio...

Luis suspira pesadamente. Teme que la cabeza le estalle de un momento a otro y sólo puede agradecer tener al menos un lugar donde refugiarse por un momento en los brazos de su novia. Ella nota cómo la tensión en sus hombros, lejos de disminuir, aumenta, y se apresura a tomar medidas.

—Venga —dice dejando un beso en sus labios—, vamos con nuestro bichito, declaramos quince minutos de tiempo muerto en esta batalla. Tienes que llenarla de mimos ya mismo.

Luís esboza una sonrisa conforme con la decisión de la chica, entrelaza sus dedos y avanza tras ella escaleras arriba. Lucía salta en la cama al verle entrar en la habitación, tal y como Aiti le había prometido, y arriesgándose a darse un gran golpe contra el suelo, se tira de un salto a los brazos de su padre.

—¡Papá! ¿Sabes qué? Mira, me han ayudado a saber decir Tía aía —repite, más o menos, sacando una carcajada al hombre— Y la tía me ha contado un montón de cosas del avión, yo quiero ver las nubes muy de cerca cuando vayamos a visitarla ¿vale?¿Me podré sentar en la ventana y sacar una foto? Ah ¡y por cierto! Yo quiero saber ya la sorpresa por la que no habéis estado esta noche durmiendo conmigo ¿Me la cuentas, por fi? Aiti dice que no lo harás aunque te dé millones de besos y cosquillas.

—¡Pero bueno, menudo montón de cosas así en un momento! —ríe Luis haciéndole cosquillas a la niña— Bichito, te prometo que luego te contaremos por qué no hemos dormido contigo, ¿vale? Y lo del avión... iremos a ver a la tía María —explica haciendo hincapié en pronunciar bien el nombre de su hermana— en cuanto podamos. ¿Me das esos millones de besos que tenías para mí? —pide poniendo carita de pena mientras se sienta en el suelo, cerca de su hermana y su novia, colocando a su hija en su regazo.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora