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—¡Cosme! —exclamó Lucía al verle esperándola en el umbral de la puerta de su clase. Papá y Aitana le habían explicado que tenían que hacer muchas cosas aquella mañana, y que, muy probablemente, no les daría tiempo a ir a recogerla al cole. En un primer momento, el rostro de la pequeña mostró la tristeza que aquello le provocaba, pero cuando le contaron que, en su lugar, sería Cosme quien la recogiera, sus ojitos se volvieron a iluminar.

—Hola, pitufina —susurró acogiéndola entre sus brazos, de cuclillas, cuando esta corrió hacia él— ¿Cómo te lo has pasado hoy? —preguntó, aún en la misma posición, y con la niña enfrente suya luciendo una gran sonrisa sólo para él.

—¡Súper fenial! —explicó la pequeña mostrando que las sesiones de logopedia que estaban por llegar eran necesarias sobre todo para conseguir pronunciar correctamente algunos fonemas.

—Me lo tienes que contar todo mientras comemos ¿vale? —propuso incorporándose con algo de dificultad, pues, por mucho que lo negase, los años empezaban a pesar— ¿Tienes tus cosas ya? No vayamos a dejarnos nada...

—¡Me falta la botella! —recordó abriendo mucho los ojos antes de regresar corriendo al interior de su clase para recoger la botella metálica con su elefante mágico favorito y su nombre serigrafiados en ella que la tarde anterior le había llegado por correo como regalo de sus abuelos por el comienzo de sus clases en el cole.

El catalán intercambió unas palabras con la profesora sustituta, y, cuando la pequeña regresó junto a él con la misma emoción que la primera vez, le ofreció la mano para encaminarse de ese modo al aparcamiento en el que había dejado el coche.

A la hora de la verdad, con Lucía ya subida al automóvil, mostrando claros signos de estar divirtiéndose mucho con la situación, Cosme se tuvo que tomar el asunto con humor.

Había retrasado la compra bastante tiempo, no quería parecer con ello demasiado invasivo en la vida que su hija estaba forjando, pero vió la oportunidad perfecta cuando Luís y Aitana le pidieron que fuera a recoger a la pequeña al cole el día del juicio. Salió, tres días atrás, con anterioridad a la hora habitual de su despacho y, luciendo una gran sonrisa, se acercó a una conocida tienda de accesorios infantiles dispuesto a que le aconsejaran sobre la mejor opción. Lució durante los días previos, tremendamente orgulloso, en la parte trasera de su coche su nueva adquisición, pero no tuvo en cuenta que desde que Aitana las necesitaba las cosas habían cambiado mucho.

—¡Ahora!¡Por fin! —suspiró entre sonrisas compartidas con la niña que, también, acabó celebrando—. Venga, nos vamos a comer —concluyó dejándole un beso en la frente antes de cerrar la puerta y encaminarse al asiento del conductor— Uy, casi se me olvida... Este mono se me ha colado antes en el coche ¿le conoces? —preguntó mostrándole, dándose la vuelta en el asiento, el peluche que aguardaba en el lugar del copiloto.

—¡Bola! —exclamó entusiasmada estirando los brazos para coger a su peluche.

De camino a casa de Cosme, la pequeña le explicó todas las cosas que había hecho en el cole esa mañana, y le contó, algo preocupada, que Noe no había ido a clase ese día, y que esperaba que no estuviera muy malita y volviera pronto al cole.

—Seguro, seguro, que mañana ya vuelve a clase, pitufa —le aseguró el mayor consciente del motivo de su ausencia. Suplicando internamente que su ausencia hubiera servido de ayuda en el juicio— No te preocupes.

Tras una animada comida, en la isla de la cocina, a petición de Lucía, y con Bola como testigo, la pequeña tomó la mano del catalán para que este la acompañara a la habitación de Aitana a dormir un ratito. Esperando la llegada de Morfeo, se entretuvieron viendo las fotos que colgaban de las paredes de la habitación, y a la niña le hizo especial gracia una en la que Aitana, con una edad muy similar a la suya, posaba arrugando su naricilla.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora