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El pasillo del hospital está especialmente silencioso, la mayoría de niños aún duermen su siesta y los adultos que les acompañan aprovechan para descansar a los pies de sus camas el tiempo que les sea posible. Aitana se muerde el labio cuando el ruido de la máquina de café interfiere en el ambiente, inspecciona su alrededor preocupada por haber molestado a alguien y sólo encuentra la sonrisa del gallego mirándola atentamente desde lejos.

Aitana tampoco tiene ningún reparo en observarle mientras espera, han estado hablando hasta que el cielo ha optado por soltar unas cuantas gotas sobre ellos obligándoles a entrar. Ella ha insistido en invitarle a un café pero Luis se negaba a moverse más de un par de metros de la habitación hasta que alguien le diera información sobre el estado de su hija y a Aitana no le ha quedado más remedio que conformarse con sacar un par de vasos de la máquina.

Ahora que ha visto el brillo en sus ojos al decirle que, cuando pueda, tienen que quedar para firmar el contrato de alquiler, sabe que la decisión ha sido la acertada.

— ¿Cuál ha salido primero? —pregunta Luis cuando Aitana le hace elegir uno de los dos vasos. Ella alza levemente el que sostiene con la mano derecha y él lo toma conforme.

— ¿Algún motivo en especial?

—Cuando la máquina está un par de horas sin que nadie la use el primer vaso suele salir con un poco de aguachirri, ya que no te he dejado arrastrarme hasta la cafetería me sabía mal que te bebieses agua azucarada —explica encogiéndose de hombros antes de sentarse en los sillones más próximos a la 722.

—Ay, Luis, de verdad —suspira exasperada ella imitándole en sofá que hay junto al suyo.

—Yo estoy acostumbrado, no te preocupes.

De nuevo se vuelven a mirar en silencio, con medias sonrisas en sus rostros y mantienen el gesto hasta que los ojos del gallego se desvían al inmenso pasillo que se difumina tras ellos, el pasillo por el que se han llevado a Lucía hace ya media hora. Aitana finge un brindis con sus bebidas para recuperar la atención del chico e, inevitablemente, deja una fugaz caricia en su antebrazo cual señal de consuelo.

— ¿Le ha pasado más veces? —pregunta recordando la forma en la que se ha confesado Luis antes.

—Unas cuantas desde que estamos ingresados.

— ¿Y te han dicho a qué se debe?

—Asumen que es por el estado de desnutrición y deshidratación en el que entró —explica sin mirarla, no es fácil hablar del tema y no sabe si está demasiado preparado para ello—, pero están haciéndole pruebas por si se debe a otra cosa.

Aitana enmudece y no puede ocultar su gran asombro ante la confesión. Son palabras muy serias y más para referirse a alguien tan pequeña como Lucía. Diego le habló de que había entrado en un estado muy precario y que incluso la policía estaba implicada en el asunto pero nunca llegó a concretar nada.

—No quiero incomodarte —asegura dándose cuenta que, quizás, el silencio no es la mejor de las opciones tras esa respuesta.

—No lo estás haciendo, es la realidad y entiendo que no sea algo sencillo de escuchar —Luis se muerde la cara interna de la mejilla y prosigue—. Obviamente yo no tuve que ver en que eso ocurriese.

—De eso no tenía duda —asegura Aitana sonriendo conciliadoramente— ¿Por qué no me cuentas eso cambios que querías hacer en mi casa?

El gallego agradece la cautela que tiene la chica para expresarse, se nota que tiene un normal interés por el tema pero prefiere dejarle a él marcar los tiempos y sólo con su mirada ha comprendido que era un buen momento para desviar la conversación a algo que no se hiciera tan complicado de hablar.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora