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No ha dejado, durante los más de veinte minutos que lleva en la sala de espera del hospital, de reprocharse a sí misma haber sido incapaz de llegar a tiempo. Apenas ha podido descansar y, sólo un par de horas después de poder conciliar el sueño, ha despertado sobresaltada dándose cuenta que no quedaban más que unos minutos para la cita con el médico.

Cierto es que, entre unas cosas y otras, no concretaron nada pero le habría gustado acompañarlos en ese momento. Precisamente por ello, y porque tiene mucho de lo que hablar con el gallego, ha corrido a arreglarse para poder esperarles, al menos, a la salida de la consulta.

—¿Aitana? —pregunta sorprendido cuando, concentrado en hablar con su hija, casi pasa de largo la presencia de la catalana— ¿Qué haces aquí?

Hola —saluda a Lucía con una caricia en la cabeza y una sonrisa—, quería saber qué tal había ido la visita. Me hubiera gustado acompañaros, pero me ha sido imposible, lo siento.

—Tranquila, suponía que tendrías trabajo —asegura concediendo el deseo de su hija de pasar de sus brazos a los de ella— ¿Qué tal lo de anoche?

—Bueno, siento haberme ido así, tan de repente, pero era importante.

—Ya, eso ya me lo dijiste —asiente comenzando a caminar a su lado hasta los ascensores— ¿Pero todo bien, no?

—Pues... la verdad es que no lo sé —Luis intenta establecer una conexión visual con ella, buscar respuestas en su mirada, pero Aitana desvía la atención entre los rizos de la pequeña jugando con ella mientras esperan al ascensor— En fin ¿cómo ha ido?

—Le han hecho las pruebas para saber si es posible —explica pulsando el botón de la planta baja— pero quedan más cosas, no me hace mucha gracia...

—Luis, es normal que necesiten hacerle muchas pruebas, pero seguro que Lucía será capaz de pasarlas todas, y ya sabes que, si lo necesitáis, puedo venir con vosotros a la siguiente visita.

—Gracias —susurra asintiendo algo vergonzoso. Aitana le sonríe equilibrando el peso de la pequeña en sus brazos, sale del ascensor mirando a un lado y hacia el otro preguntándose dónde puede haber dejado el coche y, justo cuando se gira a preguntarle, le descubre riendo en silencio y negando con la cabeza.

—¿De qué te ríes?

—Nada, sólo que... —levanta la cabeza para mirarla— Estaba pensando que la última vez que tuvimos esta conversación también fue en un ascensor y que, al menos en esta ocasión, aún no la he cagado tanto.

—Tenemos que ponerle remedio a eso de tener conversaciones importantes en ascensores —sonríe conciliadora y llama la atención de Lucía, que ha escondido su carita en el hueco de su hombro— Amor, ¿qué tal ha ido en el médico?¿Te han enseñado esas máquinas tan chulas que tienen para ver tus orejitas por dentro?

Sí, son así... —intenta representar con sus manos haciendo que Aitana tenga que agarrarla con más fuerza para que no se caiga— y hay una que parece una varita de hada.

Es que los médicos son como las hadas, también hacen magia, y curan a las personas.

Ya, es súper guay —asegura jugando con el collar que Aitana esconde bajo la blusa. Luis las observa, ve los ojos de la catalana centrarse en la fina cadena de plata que Lucía acaricia con sus dedos y espera a que esta, con el tiempo que considere necesario, le mire.

—¿Bien? —pregunta en un susurro cuando la chica le lanza un vistazo antes de volver a prestar atención a cómo la pequeña juega con el minúsculo autobús de plata que cuelga del collar— Cariño, ten cuidado no lo vayas a romper —advierte el gallego comprendiendo, sin saber, el significado que puede tener.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora