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—Puedes traer a Bola y a Moxy, sí —confirma con una sonrisa tierna la profesora—. Cuando vengan papá y Aiti a buscarte se lo contaremos y así podréis preparar esta semana todos los materiales que necesites, tú tranquila, que tenéis tiempo.

Desde que hace escasos cinco minutos Noemí le ha informado de que la próxima semana será ella la protagonista, Lucía no ha parado de soltar al aire las mil ideas que se le han venido a la cabeza sobre lo que quiere contar en su exposición a la clase.

Tiene claro que papá y Aiti tienen que estar con ella, y Bola y Moxy no pueden quedarse solitas en casa. Le gustaría mucho que vinieran los abus y la tía María, pero sabe que están lejos y es complicado. Quizás Cosme pueda venir. Y los titos. Todos. El tito Roi, la tita Marta, la tita Amaia, la tita Miri con el tito Pablo y Ali, ¡Hugo!¡Hugo tiene que venir! Y el tito Roi tendrá que traer a Rosita, ¿dejarán entrar perritos al cole? Y sus juegos farovitos. El arcoíris, el memory, Ariel y sobre todo sobre todo Dumbo. Ay, y sería genial traer los cojines del sofá y las sábanas para poder enseñar a sus amiguitos las fortalezas tan chulas que construye con Aiti y papá, ¿cabrá todo en el coche de papi para traerlo al cole? Bola puede ir con Aiti en su coche, está dispuesta a dejarle la sillita para que no tengan un susto si pasa algo, como siempre le dicen cuando pregunta por qué tiene que ir tan abrochada.

—Amor, venga, ponte los zapatos que vamos a salir ya mismo al patio —pide la catalana sacándola de su ensimismamiento.

—¿Aquí tenéis perritos, Noe? —pregunta concentrada en la punta de las botas de agua que intenta calzarse.

—¿Aquí?¿En el cole? —cuestiona sin entender a qué viene esa pregunta ahora— No, peque, en el cole no pueden entrar animales, pero iremos de excursión algún día a la granja —La pequeña ni siquiera presta atención a ese dato que, en otro momento, la habría ilusionado un montón. Ante la negativa alza la vista para mirar a su profesora con cierta chispa de decepción.

—¿Ni uno súper pequeñito? —Insiste.

—No, cariño, tienen que quedarse fuera del cole esperándoos, como cuando los abuelos de Martín traen a su perrito cuando vienen a recogerle —explica dejando una caricia en su mejilla.

—Jolines, yo quiero que Rosita sea potagonista conmigo—se lamenta cabizbaja. Le apetecía que sus compis conocieran a la nueva integrante de la extensa familia que los mayores han ido conformando a su alrededor pero lo que más le preocupa es que el tito Roi no tenga con quien dejar a Rosita y, por ello, no pueda asistir a la importante cita que, sin él saberlo, ya le han concertado.

Mientras que en el cole Noemí se esfuerza por convencer a la pequeña que con una foto es suficiente, la cuadrúpeda aludida, en su casa, exhausta de perseguir durante dos minutos algo que resulta imperceptible para la vista de los humanos, vuelve a acurrucarse sobre la cama que Roi le ha preparado junto a la ventana del comedor.

—Si es que mírala, se cansa de vivir —ríe el gallego mayor negando con la cabeza.

—Tengo que conseguir ponerla en forma, tío, como sea —alega Roi intentando llamar la atención de Rosita con un juguete.

—Después de Navidad, si quieres, podemos salir a correr —propone su amigo frotando su tripa divertido—. Estoy recuperando todo lo que perdí cuando Lucía llegó a mi vida.

—La buena vida, amigo. Cómo se nota que estás feliz con tus dos chicas —reprocha en tono divertido el chico sin ocultar lo feliz que le hace ver a su amigo tan sumamente feliz.

—La verdad es que me tienen consentido —reconoce esbozando una sonrisa—, la mayor la que más —destaca pensando, sin hacer referencia a ello en voz alta, en el sirope de chocolate—. Hablando de la reina de Roma... ¿te importa que responda? Me extraña que me llame tan pronto con todo el trabajo que me ha dicho que tenía por hacer.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora