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— ¿Puedo saber qué haces en la habitación de mi hija sin permiso? —pregunta asegurándose que sus labios queden lejos de la vista de la niña.

—Soy... —le cuesta un par de segundos concordar palabras, lo que menos esperaba era encontrarse a una de las personas a las que negarle el alquiler mientras hacía su voluntariado pero si lo piensa fríamente tenía más sentido del que en un primer momento parecía— Soy voluntaria.

—Ya, y eso sigue sin responderme a por qué lo has hecho sin mi permiso.

—Lo siento mucho. Estaba pasando por las habitaciones y como estaba sola quería hacerle compañía, no quería molestar... —relata verdaderamente apurada. Puede que las formas del chico no sean las correctas, una vez más, pero razón no le falta.

Luis enmudece al verla tan sonrojada. Esa chica, a la que sólo ha visto una vez con anterioridad, no parecía ser capaz de hacerse tan pequeña ante una situación como aquella.

Lo que Aitana muestra y pretende transmitir a la mayoría de la población es la imagen de una persona segura de sí misma, convencida de por dónde camina y con cero inseguridades pero el voluntariado la obliga a derogar el muro fornido que suele llevar a su alrededor y se expone ante esas personas como la verdadera forma de su ser. Pocos adultos que la conozcan saben la realidad que esconde tras la sonrisa y el voraz sarcasmo en su humor.

— ¿Papá, qué está pasando? —pregunta la niña llamando su atención para que el gallego se gire a mirar sus manos.

Nada, Lucía, tranquila —asegura él dedicándole otra sonrisa— ¿Te lo estabas pasando bien con ella? —cuestiona señalando a la chica que, obviamente, no se entera de la conversación y se dedica simplemente a asimilar que la ausencia de respuestas de la niña se debía a su sordera.

Ella no sabe signar, habla como mamá —afirma encogiéndose de hombros, el gallego frunce el ceño un segundo y se le encoge el corazón— Bueno, creo que ella no chilla... ¿Chilla, papá?

No, amor, ella no chilla —En esta ocasión Luis acompaña sus gestos con voz para que Aitana pueda entenderles, acaricia la cabeza de la pequeña y se gira levemente para poder mirar a la catalana mientras continúa hablando de ambas formas— ¿Aitana y yo vamos fuera a hablar, vale? Volvemos enseguida.

Espera.

¿Qué pasa? —Pregunta Luis poniéndose de cuclillas junto a la cama de su hija.

¿Cómo se llama?

El gallego le transmite la pregunta a la chica y, sin esperar reacción por su parte, empieza a signar letra a letra su nombre para que su hija se lo aprenda. Sonríe cuando ella le comenta que es una palabra muy larga y que hay que buscarle un signo. Nadie más lo sabe pero Luis comprende que, con eso, Lucía ha permitido dejar la puerta abierta de su minúsculo mundo para que una nueva integrante acceda si así lo desea.

Es una información que, de momento, prefiere reservarse.

— ¿Podemos hablar?

—Claro —afirma sosegadamente Aitana saliendo de la habitación tras él—, me siento fatal, he estado hablándole creyendo que me ignoraba pero es que no tenía ni idea...

—Tranquila, mujer, por suerte o por desgracia está acostumbrada —reconoce enternecido por su preocupación— Mira, la verdad es que siento haberte hablado así, a veces soy muy protector con ella y se me va de las manos.

Lo cierto es que, precisamente eso, es algo que Lucía siempre ha mostrado agradecerle desde que hace unos meses volvió a subirse a sus brazos. Tras más de siete semanas de búsqueda la policía la encontró y, ni siquiera a ellos, permitía que se les acercaran sin montar un gran escándalo. De la misma manera cada vez que su padre se tiene que ausentar ha de explicarle pacientemente quién, ya sea médicos o enfermeros, se va a acercar a ella mientras no esté presente y nunca ha solido hacerle especial gracia que alguien que no fuera Luis lo hiciera.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora