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La rutina, a pesar de ser solamente el tercer día de clases, se empieza a notar en el baile coordinado de los padres aguardando en la puerta del centro.

Algunos, los que poseen más experiencia, muestran algo más de despreocupación prestando atención a las pantallas de sus teléfonos o apurando algún que otro cigarro antes de que se haga la hora. Mientras que los primerizos, que se caracterizan por mirar a su alrededor aún buscando su lugar en todo ese ambiente, se sonríen entre sí de forma alentadora.

Con el sonido del timbre, y el parpadeo de la luz de la fachada, la puerta principal se abre, permitiendo a las familias acceder a los pasillos de las clases para recoger a los pequeños en la misma puerta. Aitana aguarda a la pequeña apoyada en el brazo de su novio, compartiendo sin necesidad de hablarlo las inmensas ganas de darle un abrazo enorme.

Cuando Noemí comienza a dejar salir a los niños, ambos se miran extrañados al no ver a su pequeña corretear hacia ellos saliendo de las primeras del grupo. La profesora les señala con la vista el fondo del aula, donde ambos ven por fin a Lucía, sentada en una silla dibujando sobre el papel. Lo que no esperaban, al acercarse a ella, era ver cómo pequeñas gotas mojan su dibujo.

—Ey, Lucía... —susurra el gallego poniéndose de cuclillas al darse cuenta— Oye, hola —saluda, sonriendo, para intentar captar la atención de su hija— ¿qué te pasa, amor?

Papi, ¿mi audífono es feo? —pregunta sollozando.

Luis se queda boquiabierto, sin saber qué decir y a Aitana, junto a él, se le empieza a alterar la respiración en cuestión de segundos. Se pone a la altura de su pareja y, con el rostro muy serio, afirma.

Tu audífono es precioso, mi vida —le asegura acariciándole la oreja para, con cuidado, retirarlo— Míralo, ¿a ti te gusta?

Sí —confirma la pequeña asintiendo mientras se seca una lágrima.

A papá y a mí también ¿quieres saber por qué? —cuestiona sonriendo mientras, con la ayuda de Luis, lo vuelve a colocar— Porque gracias a esta ayudita puedes escucharnos decirte cuánto te queremos y nosotros podemos escucharte hablar, para mí es la cosa más súper guay del mundo ¿a que sí, papá? —se reafirma mirando al gallego.

—Lo más guay del mundo, sí —concuerda acariciando la barbilla de su hija— ¿Te ha dicho alguien que tu audífono es feo? —le pregunta usando la lengua de signos.

Un nene de otra clase me ha señalado y se ha reído de mí —relata entre sollozos—. Y ponía cara de asco mirando mi audífono.

Cariño, a veces, cuando la gente no conoce algo, ese algo le da miedo, o asco, pero cuando se les explica qué es y para qué sirve, les termina encantando —explica su padre secando sus lágrimas con mimo— ¿Sabes qué podemos hacer? Podemos hablar con Noe y preparar un mural para que tus amigos puedan ver lo chulísimo y lo mágico que es tu audífono y estoy seguro de que así nunca volverán a reírse porque tú lo lleves.

A Aitana le parece fantástica la propuesta de su novio, fantástica para quitarle cualquier inseguridad a la pequeña, pero la sangre le hierve. Se supone que Luís inscribió a su hija en ese colegio, entre otras cosas, para evitar esas mismas situaciones y no puede ni imaginarse dejar pasar algo así sin mostrar su firme postura contra tal situación. Mientras el gallego continúa consolando a Lucía ella se incorpora, tragando saliva, y se acerca a la expectante profesora.

—¿Se sabe quien ha sido? —pregunta cruzándose de brazos.

—Uno de los niños de segundo —explica Noemí—. Hoy les hemos juntado a todos en el patio y parece que se ha acercado a molestar a Lucía. La tutora de la otra clase y yo ya hemos hablado con él.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora