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Disclaimer: Los dialogos entre asteriscos (*) son conversaciones en Catalán.

Cuando Aitana entra por la puerta el silencio reina en toda la casa. Como suponía, encuentra a Lucía durmiendo la siesta en el sofá, pero le sorprende no ver a su novio tumbado con ella.

Después de pasar por su dormitorio para dejar su bolso y quitarse las botas, se encamina al lugar donde imagina que podrá encontrarlo. Hace una breve parada en el salón para dejar un beso en la frente de su pequeña y arroparla un poquito más y cruza el umbral de la puerta de la terraza.

—¿Se puede saber qué narices estás haciendo y de dónde has sacado eso? —recrimina en cuanto sus fosas nasales perciben el olor a tabaco antes siquiera de que pueda ver el humo o el cigarro oscilando entre los dedos de su novio.

—Aiti, sé que no debería, pero ahora mismo lo necesito, te lo juro —se excusa girándose a mirarla—. Es Lucía.

—¿Lucía?¿Qué le pasa a Lucía? —pregunta nerviosa, girando un momento la cabeza para mirar de vuelta el sofá, para comprobar que la tranquila imagen que la ha saludado nada más llegar es tan real como lo cree.

—Creo que... Joder, no lo sé. Se ha puesto pesada con escribir la carta a Papá Noel, tú no estabas, así que le he propuesto hacerle un dibujo para él y escribirle la carta los tres juntos cuando llegaras y... —suspira dejando el cigarro en el cenicero de la mesita— Se ha dibujado a ella con una mujer y... Mira —pide extendiendo su mano para mostrarle el dibujo—. M. M de Maite —termina por pronunciar.

—M de mamá —corrobora Aitana en un susurro sentándose en el hueco que el gallego le deja. De pronto tiene la sensación de que le cuesta tragar.

—Aitana, ¿y si me he equivocado alejándola de ella? —plantea, terriblemente asustado, el gallego.

—Yo... —murmura sin poder mirarle. No sabe qué hacer, ni qué decir, ni cómo actuar. No sabe qué es lo correcto, esa situación no entraba dentro de las posibilidades que barajaba— Yo creo que hiciste, hicimos, lo que creíamos adecuado —justifica mientras intentar controlar el tic nervioso que hace temblar a su pierna.

—Dios, no lo sé. Ella nos contó que no la quería, pero claro, tiene tres años, quizás ahora la necesite o... —murmura frotándose la nuca con los codos apoyados en las rodillas— No sé qué hacer. ¿Deberíamos dejarlo pasar?¿Deberíamos hablar con ella como hacemos siempre?

—Déjame que piense —pide Aitana en un susurro casi imperceptible. Luis la contempla y, de no ser porque no tiene ni siquiera fuerzas para hacerlo, esbozaría una media sonrisa al verla tan preocupada. Los dedos del gallego surcan la espalda de la chica en los minutos de silencio que comparten hasta que, tras un suspiro, ella se decide a dar su opinión—. Creo que tendríamos que hacerlo —asiente con pesar—. No sé, Luis, igual es cierto que la necesita, o que la echa de menos —divaga cabizbaja—. Al menos saber qué es lo que quiere y ya, a partir de ahí, actuar en consecuencia.

—¿Qué te parece si lo hablamos con ella cuando despierte? En nuestra cama, como siempre, después de que meriende algo. No quiero alargarlo más, me ha costado un mundo no acribillarla a preguntas durante la comida, pero quería hablarlo contigo antes de hacer nada... —confiesa mirándola a los ojos.

—Te quiero —susurra Aitana, visiblemente pensativa, despeinando una ceja del gallego con las caricias de su pulgar—. Como tú quieras —accede asintiendo.

—No te equivoques, lo que queramos los dos —puntualiza elevando su dedo índice como Lucía lo haría.

—Nunca me voy a negar a apoyarte y colaborar en nada que tenga que ver con vuestra vida, amor, pero creo que esto es algo en lo que la última palabra la debes tener tú. Yo no soy quién para intervenir más de lo que ya lo he hecho.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora