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No nota el peso en el estómago hasta que, por culpa de la luz que entra por la ventana, es incapaz de volver a conciliar el sueño. Y es que si sólo fuera por el sol, se limitaría a cubrirse con las sábanas hasta el flequillo y continuaría durmiendo, pero cierta presión, no dolorosa pero sí un poco molesta, le hace recordar que no es la única que ocupa su antigua cama.

—Te pesa la cabeza veinte kilos —susurra en su oído doblándose para poder hacerlo. Luis sonríe inconscientemente, se acomoda volviendo a acurrucarse en su cuerpo, y suspira pesadamente demostrando que continúa más que dormido— que te crees tú que me vas a despertar y vas a seguir durmiendo —niega riendo haciéndose a un lado para que la oreja del gallego rebote contra el colchón— ¿Se puede saber cómo has acabado ahí? Qué raro eres, hijo mío.

—¿Tú siempre te despiertas tan hiperactiva? —masculla tapándose la cara con las manos— Que no son ni las ocho de la mañana, se te va la pinza.

—Son las ocho, listo —asegura ella tumbándose encima— Y, para empezar, no es mi culpa que no seas capaz de echar la persiana por las noches, me ha despertado la luz.

—No sabes el tremendo error que acabas de cometer... —asegura Luis con una sonrisa pícara mientras la envuelve en sus brazos — De aquí no te escapas en lo que resta de día.

—Ya quisieras —murmura sobre sus labios saboreando el primer beso de la mañana—, da gracias que me queda algo de tiempo hasta las nueve, pero hoy no puedo faltar al trabajo. Y tú tienes una niña que no tardará en reclamarte. Que, por cierto, igual no es mala idea echar la llave a esa puerta, por si acaso.

—Por Lucía no te preocupes. Desde que le dieron el alta duerme mucho mejor, es una pequeña marmotilla. Pero, si te apetece, podemos despertarla entre los dos y desayunamos antes de que tengas que irte a trabajar. —propone Luis con una sonrisa.

—Me apetece —asiente entrelazando las manos sobre la cabeza del chico mientras deja pequeños besos en la comisura de sus labios—, pero dentro de un ratito, dame un par de minutos.

—Ya se te han pasado las prisas, ¿no? —ríe Luis entre beso y beso. Aitana juega a esquivar su boca dejando el mínimo margen que es capaz de aguantar consiguiendo desesperarle— ¿En qué quedamos, quieres o no quieres besos?

—Aún me lo estoy pensando —bromea mordiéndose el labio con el flequillo pegado a la frente de él.

—No me tientes, Aitanita, no me tientes... —Ella ríe volviendo a esquivar el último intento que el gallego pretende hacer y se arrepiente, o eso asegura entre carcajadas, cuando este se levanta de la cama.

—Eres un picado.

—Con estas cosas no se juega. —asegura de pie frente a la cama cruzándose de brazos y frunciendo la boca fingiendo un enfado que para nada es real.

—Vuelve, por fi —susurra poniendo un mohín con el labio inferior. Luis se lo piensa, está tentado a hacerlo, pero le parece mucho más divertido salir de la habitación sin decir nada para ver la reacción de la catalana— ¡Luis!

—Voy a hacer el desayuno, cuando te dé la gana me pides perdón —exclama reprimiendo la risa mientras entra en la cocina.

Luis suspira con los ojos cerrados mientras la máquina de café hace su labor. Apenas ha dormido unas horas y no siente ni un mínimo de cansancio que lo demuestre. Ha tenido uno de los mejores despertares que recuerda en mucho tiempo, quizás como padre no podría afirmar que ha sido directamente el mejor, pero, teniendo en cuenta otros aspectos, sí puede asegurar que de una forma que hacía mucho tiempo no sentía.

Y está orgulloso de haberse arriesgado, sólo con las horas que ha pasado con ella desde ese momento merece la pena con creces haberlo hecho.

No tuvieron tiempo de comerse suficiente a besos tras ese insignificante signo que tanto dijo para ellos ni, mucho menos, continuar la importante conversación que se había quedado a medias por la imperiosa necesidad de sentirla más cerca. Lucía pronto salió a la terraza con los ojos aún medio cerrados y se acurrucó entre ellos asegurando que en el comedor podía llegar el mago malo y, sin una fortaleza para protegerla, no podía continuar durmiendo allí.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora