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—Marta, ¿me escuchas bien? —preguntó con apuro la catalana. Con lo nerviosa que estaba, y el inmenso esfuerzo que le estaba costando mantener la compostura frente a la curiosa pequeña, no tenía ni idea de cómo era capaz de formular una frase medio coherente.

—¿Aitana? —respondió su amiga aún desconcertada con la llamada que acababa de despertar— ¿Dónde estás? Se te corta la voz.

—Estamos en el ascensor. Lucía y yo —puntualizó—. Estamos llegando al rellano, espera un segundo.

La abogada aprovechó ese corto lapso de tiempo para estirar la espalda bajo el tacto de las caricias de su novio. En un principio iban a ver una película e ir, si después les apetecía, a cenar algo por el centro pero el mal gusto de Roi al escoger la temática provocó que sin darse ni cuenta ambos se quedasen dormidos en el sofá durante un par de horas.

—¿Qué quiere? —preguntó el gallego, prácticamente vocalizando para que la novia de su amigo no llegase a escucharle.

Marta sólo tuvo tiempo a encogerse de hombros como respuesta antes de que su amiga la reclamase al otro lado de la línea.

—Marta, escucha, que tengo a la peque por aquí y no quiero que me oiga —comenzó Aitana dirigiéndose con rapidez a la cocina de la casa para evitar que Lucía, que había corrido a su cuarto para cambiarse de ropa, pudiera escucharla—. Maite está ahí abajo, en la calle, hemos llegado a casa y estaba ahí. Y Luis me ha pedido que suba a casa con la niña para que no se diera cuenta, pero no me fío un pelo de esa mujer.

—Pon en manos libres y hablo con los dos, no diré su nombre —resolvió poniéndose tensa, consciente de que necesitaba trazar un plan con ambos.

—No me has entendido, Marta —la cortó poniéndose aún más nerviosa—. Luis no está aquí, está abajo, con ella. Dice que no va a permitir que se acerque a nuestra hija, que si lo hace será por encima de su cadáver, y no me fío de lo que esa mujer haga para provocarle.

—Vale, escúchame. Intenta llamarle ¿de acuerdo? Que suba a casa y que, bajo ningún concepto, caiga en alguna provocación, te lo suplico. Yo voy ahora mismo hacía allí —le aseguró mientras le gesticulaba a Roi para que le pasase su ropa.

—Vale, yo lo intento, pero ven rápido, por favor —suplicó antes de colgar el teléfono para cumplir con las peticiones de su amiga y bombardear a su novio con una llamada tras otra.

Pero inmerso en tal situación, en lo que menos reparó el gallego fue en su móvil vibrando sin parar en su bolsillo. Cruzó la calle como una exhalación, prácticamente abalanzándose hacia el coche de la que un día consideró alguien relevante en su vida.

—Ay, cariño, ¡qué ganas tenía de verte! —exclamó Maite con una gran sonrisa al salir del coche— Por fin has vuelto del trabajo. Vamos a buscar a Lucía, venga, que seguro que nos está esperando —continuó acercando su rostro al de Luis para besarle.

—¿Cómo me has llamado? —preguntó contrariado dando un paso hacía atrás, preparado para coger impulso al enfrentarla— ¿Qué narices haces aquí, Maite? —le reprochó con desprecio.

—Tenemos que ir a recoger a Lucía, ya te lo he dicho —repitió como si nada—. Con tanto trabajo al final se te olvida que tenemos una hija, y la pobre nos estará esperando en el cumple de su amiguita.

—Dios santo, otra vez —murmuró Luis al caer en cuenta de lo que acontecía. Verla así despertaba en él recuerdos funestos y desesperantes. Sabía cuál era la manera en la que debía actuar, la adecuada para que nadie saliera perjudicado de otro de sus brotes, pero las cosas habían cambiado mucho desde el último al que se tuvo que enfrentar. Ya no la necesitaba, ni sentía que la necesitase, ni sufría por si alguna vez Lucía la necesitaba. Ya no. En esa ocasión sólo la quería cuanto más lejos fuera posible, y a la mayor brevedad—. Maite, Lucía no te está esperando. Ella está donde debe estar y con quien debe estar, y tú tienes que irte de aquí cuanto antes, no tengo paciencia para aguantarte ahora. Ni ahora ni nunca más.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora