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Intenta ahorrar tiempo recogiendo lo que anoche se dejó por medio al volver al trabajo mientras con la otra mano sujeta el teléfono pegado a su oreja. A pesar de que casi no pisa ese suelo no hay manera de mantener el orden que se encargó de establecer cuando, una semana atrás, hizo limpieza profunda antes de colgar el anuncio de alquiler.

—Sí, por la tarde me va mucho mejor.

— ¿Seis y media/ siete? —proponen al otro lado de la línea. Aitana se permite unos segundos de silencio mientras avanza en busca de su bolso— ¿Hola?

—Estoy, estoy, disculpe —dice precipitadamente— Tengo que mirar la agenda, es que tengo fatal la cabeza, un momento... —excusa mientras su dedo se desliza por la hoja— A las seis y media tengo libre.

—Vale pues nos vemos esta tarde, muchas gracias —El interlocutor, del que Aitana de momento sólo sabe su nombre, cuelga sin esperar a que ella le dé una respuesta. Alza las cejas por haberse quedado con la palabra en la boca pero decide dejarlo pasar, está demasiado ocupada como para preocuparse por los malos modales de la gente.

Pone una lavadora con el montón de ropa que le quedaba por lavar y, casi sin tiempo para más, sale disparada de allí. Busca las llaves en el bolso mientras espera al ascensor sabiendo que, de no llevarlas, sería demasiado tarde pues la madera forjada ya hace rato que ha hecho contacto con el marco de la puerta cuando sus yemas tocan el metal frío del llavero.

Antes de arrancar, sentada frente al volante, le escribe un mensaje a Santi disculpándose por llegar tarde al que él responde restándole importancia y recordándole que a él casi siempre le toca retrasarse un poco así que el imprevisto de la catalana únicamente hará que lleguen a la vez al sitio acordado.

Y ni así Aitana se libra de esperar a solas mientras, en la puerta del restaurante, un grupo le para pidiéndole una foto. Sonrojado hasta las orejas y hastiado por la sonrisilla de suficiencia de ella se sienta enfrente sin siquiera saludarla.

—Hay cosas que nunca cambian.

— ¡Y que no cambien, Anita! —exclama a sabiendas de que sólo con una palabra consigue girar las tornas y que a quien se le suban los colores sea a ella.

—Deja de llamarme así.

—Que es una broma, mujer —ambos sonríen en silencio hasta que el camarero se marcha habiendo dejado las bebidas en la mesa— ¿Cómo te va todo? Ya no me cuentas nada.

—Lo siento, don estrella internacional, igual si de vez en cuando me contestases los mensajes...

—No te recordaba tan rencorosa.

—Ni yo a ti tan creído ¿no se te estará subiendo a la cabeza lo de la gira? —bromea ganándose que un trozo de pan vuele hasta su flequillo. Pasando por alto el reproche por conocer lo que le trae de nuevo a España pero que, ni aun así, haya levantado el teléfono para ir a verle a algún concierto se centra en responder a la anterior pregunta— Estoy con el master, todo el día con entrevistas o sesiones de fotos y, si no fuera poco, me acabo de meter en una mudanza.

—Es cierto, me has dicho lo del alquiler ¿te ha llamado ya alguien? —Asiente— No sabía que papá jefazo necesitase sacarse un dinerito extra...

—Y no lo necesita —asegura Aitana arreglándose el flequillo—, pero yo sí.

—A ver, no sé yo que decirte...

—Sigue empeñado en darme el mejor puesto, las mejores entrevistas, el mejor todo... —explica sin entrar en profundidad al tema, Santi ya lo comprende todo— Y es que no me quejo, joder, quien me escuche decir esto puede flipar pero...

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora