- 60 -

5.8K 124 138
                                    

Cuando las puertas del ascensor se abren en su rellano, con un leve tirón, se quita los auriculares que la han acompañado en el paseo hasta casa. Se escucha la radio con la puerta de por medio y, aunque no demasiado claramente, algunas palabras que su novio le dedica a la pequeña estando él en la cocina y Lucía jugando en el comedor. Y esa es, considera Aitana, la mejor banda sonora que puede tener su vida.

El tintineo de las llaves dando la vuelta a la cerradura pasa desapercibido al opacarse con la melodía y, debido a eso, la sonrisa de Lucía se agranda incluso más de lo esperado cuando, al levantar la cabeza, encuentra a la catalana expectante bajo el umbral de la puerta del comedor.

—Hola, bichito —saluda, no demasiado alto, agachándose para darle un beso en la frente— ¿Papi está haciendo la cena? —pregunta ante el gracioso canturreo que se escucha junto a la música, un poco descompasado de la misma. Lucía asiente al tiempo que arruga la nariz y, en vista de que Aitana se incorpora de nuevo, tras señalar el castillo que está montando con el arcoíris que ella le trajo de su viaje, vuelve a concentrarse en la tarea— Te entran a robar y ni te enteras —dice la chica a su novio, tras entrar cautelosa a la cocina, muy cerca de su oído antes de abrazarle y poder sentir su sobresalto.

—Jod... —exclama cortando a la mitad la palabra— Es que no he oído que girabas las llaves como otros días, y estaba tan concentrado en esto que... ¿Qué tal ha ido? —cuestiona centrándose en lo verdaderamente importante.

—Bien —afirma encogiéndose de hombros y sintiendo cómo las orejas y la punta de la nariz se le enrojecen—, hoy hemos hablado de ti —admite haciendo que el gallego alce las cejas—. Y, además, me ha dicho que haber tomado la determinación de dejar el coche en casa e ir a la consulta dando un paseo es un muy buen avance —relata orgullosa.

—Lo es —confirma sonriente—. Oye, pues no me han pitado mucho los oídos esta tarde, supongo que será buena señal —bromea en referencia a la charla sobre él que ha mencionado la catalana.

—Ni que yo tuviera muchas cosas malas que decir sobre ti... —rebate con dulzura— Está ese pequeño detalle de que hablas raro pero, en fin, se te quiere así —afirma con media sonrisa.

—Mira, no empieces, que menuda cruz tengo contigo... —bromea mientras la abraza— No sabes cómo me alegro de que poco a poco todo vuelva a su cauce —le confiesa bordeando su nariz con el dedo índice—, me hace muy feliz ver que te sientes mejor y estoy súper orgulloso —susurra apoyando la frente sobre la de ella que, subida a sus botines de tacón, casi llega a la altura de su novio a falta de un par de centímetros.

—Tenías razón, me hacía mucha falta dejarme ayudar y aprender a delegar un poco mis preocupaciones... —admite agradecida recostando la cabeza en el hombro del chico tras dejarle un beso en la punta de su nariz.

—Yo sólo he hecho contigo lo mismo que hiciste tú conmigo en su día... Ayudarme a delegar y a pedir ayuda cuando la necesitaba —susurra apretando todavía más el abrazo—. ¿Por qué no vas a ponerte cómoda mientras saco esto a la mesa? Ya está casi listo.

—Huele súper bien —afirma salivando excesivamente para hacer reír al chico—. Voy, que tengo los pies destrozados, salgo enseguida —promete dándole un golpecito con la cadera como despedida.

Luis se apresura a emplatar los trozos de lomo con salsa que ha preparado para, dejando la cena en la cocina, recorrer el mismo trayecto pero Aitana ha sido mucho más rápida y le intercepta en medio del pasillo con una inmensa sonrisa y sin poder dejar de dar saltitos.

—¡Me encanta!¡Me encanta!¡Me encanta! —exclama ilusionada ante las fotografías de una pequeña casa rural que ha encontrado dentro del sobre que reposaba encima de la almohada con un gran corazón rodeando su nombre.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora