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¿Ponemos cremita para que deje de doler la espalda? —le pregunta Aitana, asomándose al comedor donde Lucía juega con sus nuevas adquisiciones, bajo la atenta mirada de los mayores. Esta accede dejando sobre el sofá lo que tenía en las manos y corre a los brazos de la catalana que, con ella abrazada a su cuello, la lleva hasta la cocina dejándola sentada en la gran isla central.

Quitando con mucho cuidado la camiseta, que le han puesto demasiado tarde cuando se han dado cuenta de las consecuencias, sopla la espalda de la pequeña para calmar el escozor provocado por el roce de la tela sobre la zona irritada por el sol. Por suerte, parece que no ha sido tan grave como parecía hace unas horas y, al final, las marcas rojas están en la parte alta de la espalda y la nariz pero, de todas formas, Aitana extiende la crema por todo el cuerpo masajeando más a conciencia ambos lugares.

Apártate el pelo, cielo —Le pide con las manos embadurnadas en loción.

Lucía mantiene sus rizos a raya mientras la catalana cubre su cara hasta que necesita las manos para comunicarse y acaba por conformarse con contenerlos tras sus orejas.

Es como cuando te maquillas ¿a que sí, Aitana? —cuestiona recordando el par de veces que la ha contemplado hacer tal cosa en el baño de su papá. La aludida sonríe enternecida y asiente mientras se demora más en la aplicación emulando el gesto al que la pequeña ha hecho referencia.

¿Hacemos un trato? La próxima vez que vengamos a la piscina tenemos que tener mucho más cuidado con el sol ¿vale? Hay que poner protector más seguido... Si me lo prometes te dejo que luego te pongas un gloss mío.

¿Uno rosa? —pregunta con los ojos muy abiertos. Aitana afirma con la cabeza y la pequeña la imita— Vale, te lo prometo —accede sonriente antes de proponer— ¿Puedo ponerte ahora yo crema en la cara?

¿Me he quemado yo también? —Lucía asiente, sostiene el bote entre sus piernas tras poner un poquito de producto en la palma de su mano y se concentra en distribuirlo uniformemente por toda la zona roja del rostro de la catalana.

Aitana siente cómo, mientras permanece con los ojos cerrados sintiendo el tacto de los pequeños dedos de la niña sobre la nariz, alguien le rodea la cintura en un abrazo y deja un beso en su hombro izquierdo.

¿Qué hacéis aquí solas, pequeñajas? —pregunta con signos y voz mientras Lucía continúa con su tarea.

—Le estaba poniendo crema porque si no esta noche verá las estrellas —explica Aitana entre sonrisas— y parece que yo también la necesitaba.

—Como siempre, toda la nariz roja —informa él moviéndose un momento para poder verla—. Anda que... Vaya par. Gracias, pero no hacía falta, total... Ahora cuando lleguemos a casa tengo que bañar a este bicho antes de irnos a cenar.

Cosme, mientras tanto, entra cargado con los platos que han quedado sobre la mesa a mediodía y se dispone a lavarlos observando, de reojo, con una pequeña sonrisa la escena que protagonizan esos tres. Aitana, alertada por el ruido de la cerámica chocando entre sí, se acerca a él.

—Déjalo papá, yo lo hago —asegura quitándole el estropajo de las manos.

No, Lucía, nos tenemos que ir —concluye mientras tanto, aún junto a la isla de la cocina, el gallego. La pequeña patalea, pone un mohín con el labio y Cosme, aún sin entender los signos de reclama que hace, asume que algo está pasando.

—A ver, ¿qué ocurre?

—Nada —sonríe conciliadoramente—, la peque quiere quedarse más tiempo jugando pero tengo que ducharla y darle de cenar antes de que llegue la hora en la que hemos quedado con Miriam y Pablo... —explica ganando también la atención de Aitana que, acabando de secar el último plato, se acerca a ellos con los brazos puestos en jarras.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora