- 51

4.4K 122 64
                                    

Jabón y agua se mezclan al desaparecer por el desagüe mientras Aitana seca el último vaso, con mucho cuidado para que no se rompa, pues es el favorito de Lucía, que le quedaba por lavar. Lo coloca junto al resto de utensilios usados en la cena y, sin poder evitar un pesado suspiro, deja caer el peso de su cuerpo sobre los brazos que apoya en la encimera.

Sus aguados ojos contemplan el horizonte, cubierto de azulejos, casi sin verlo realmente. Mientras tanto, desde el pasillo, puede escuchar el traqueteo de la cerradura al abrirse, las ruedas de una maleta arrastrándose por el suelo del parquet y, de nuevo, el frío contacto que la puerta hace al cerrarse. Finalmente escucha los pasos del gallego aproximándose al comedor y su voz, lo más dulce posible, intentando mediar con la pequeña.

—... Y nos vamos a la cama ¿vale? —le propone su padre apartando un rizo pegado a su mejilla a causa de las lágrimas derramadas. Aitana llega al salón para escuchar la última parte de la frase, asumirla y ver, en persona, cómo la niña se niega.

—Lucía, cariño —prueba a intervenir sin acercarse demasiado y sin saber muy bien cómo continuar—. Si pudiéramos evitarlo... pero no se puede, Lucía, intenta entenderlo, cielo, por favor.

—No quiero —replica la pequeña cruzándose de brazos—. Y tampoco quiero cuento. ¡No quiero! —repite de nuevo levantándose del sofá y dirigiéndose a su habitación sin siquiera mirar a los mayores.

La catalana siente, cuando esta pasa por su lado, que un trocito de corazón se desprende del resto partiéndose en mil pedazos. No le gusta esto, está siendo más duro de lo que podría haber imaginado, y que esta sea la forma en la que pasen esa noche los tres no hace más que aumentar el dolor.

—Dale tiempo, no lo entiende, es demasiado pequeña para entenderlo —la justifica el gallego desde el sofá suplicándole con la mirada que se acerque un poco a él.

—Creo que será mejor que me vaya a la cama —replica ella—, mañana será un día largo y duro —asegura antes de girar sobre sus talones con la intención de salir del salón sin mediar más palabra.

—Creía que íbamos a hacer juntos la maleta —comenta el gallego haciendo que esta pare en seco.

—No es buena idea.

Nunca le ha gustado mucho hacer maletas, y más cuando hacerlas significa alejarse de una parte importante de su vida. Mientras dobla prendas, lucha por mantener a raya sus emociones para contener las lágrimas que acechan en sus ojos, intentando no reproducir en su mente, una y otra vez, la mirada que Lucía le ha dedicado antes de dirigirse a su habitación. No quería que llegara ese momento, y menos al ver los ojos aguados de la pequeña cuando se lo han contado, pero, a esas altura, ya no hay nada que pueda hacer.

Tras asegurarse de que el audífono de su hija está bien guardado, y apagar la luz que Lucía se había dejado encendida por el disgusto, se acerca al otro dormitorio abriendo con sumo cuidado la puerta entreabierta.

—¿Puedo? —pregunta desde el umbral.

—También es tu habitación —responde la chica sin siquiera girarse a mirarle.

Los últimos días han sido especialmente convulsos para la familia. Esperar al juicio no fue ni la mitad de duro que esperar la sentencia. Cuando pensaban que podrían descansar y reponer las fuerzas que la fiebre les estaba arrebatando, al menos un poco, durmiendo los tres juntos en la cama de la pareja, la llamada de la abogada trastocó sus planes.

—¿Estás con Luis? No me coge el teléfono —argumentó Marta antes de obtener respuesta.

—Está aquí, claro, es que Luci y yo estamos con algo de fiebre —explicó Aitana conteniendo la respiración consciente del motivo de la llamada—. Marta, habla ya, por Dios.

Inefable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora