To be so lonely || Bill Weasley.

EPILOGUE.

omniscient narrator.

Bill Weasley lavaba su rostro frente al pequeño espejo, las vacaciones llegaron y por fin habia podido descansar de su trabajo como Director de Gringotts. Hoy mismo partiría de viaje, a fin de cuentas sus hijas estarían bien en La Madriguera. Le debía ese viaje a su querida esposa, además ya no habia más inseguridad en el mundo mágico: todo habia cambiado desde aquella noche.

No pudo evitar reír al escuchar a sus hijas abajo pelear, últimamente Victoire y Dominique comenzaban a tener más diferencias. La mayor era delicada, sensible y muy cariñosa mientras que Dominique aventurera, decidida e independiente. Resultaba impresionante saber que aún a su corta edad, ya estaban desarrollando su propio carácter. Aún así amaba a sus dos pequeñas hijas, más que nada en el mundo. Eran tan diferentes pero tan fuertes al mismo tiempo, recordándole a alguien en especial.

Se acercó a su mesa de noche y de ella saco a hurtadillas, como un niño que roba un pedazo extra de pastel, una pequeña foto arrugada. 1997, su cumpleaños número 24. Una hermosa mujer de cabello castaño sentada en su regazo mientras reía, disfrutando del momento porque eran jóvenes y estaban enamorados. Porque la felicidad era lo único que tenían en ese momento. Se transportó a ese tiempo y lugar: el olor a vainilla de la chica se mezclaba con el de chocolate de aquel pastel de pirámide, deseo ver una parecida en su viaje.

Para él Egipto siempre habia sido el mejor lugar del mundo, paso años contándoles a todos de sus hermosas pirámides y misteriosa cultura. Pero ahora mismo, Bill pensó que el mejor lugar que habia conocido fueron los brazos de la mujer de aquella foto: Regina.

Se sintió apenado por haber sido tan joven y estúpido para creer que la belleza estaba en las cosas, cuando siempre ha estado en el corazón de las personas. Paso años anhelando tantas cosas materiales, deseando huir de las carencias de su hogar que nunca se detuvo en pensar en lo que dejaba atrás. Sus hermanos, su padre y su... madre parecieron entenderlo, y él se justificó diciendo que era lo mejor. Le habia costado dejarlos pero no lo suficiente. Cuando conoció a Regina supo que nunca podría dejarla, que nunca podría estar sin ella. Su corazón por fin estuvo completo.

Los pasos de las niñas lo sacaron de sus pensamientos, guardando la foto en el bolsillo de su pantalón salió de la habitación con el equipaje en la mano. Las risas de sus hermosas hijas lo hacían feliz, tan pequeñas y frágiles pero aun así tomaban con fuerza su corazón. Eran su mundo.

-Victoggieee, Dominiqueee- La mujer llamaba a las pequeñas pelirrojas- Su padggee las castigaggga sin siguen jugando así.

Bill sonrió mirando a Fleur tratando de contenerlas, Victoire y Dominique la rebasaban por mucho. Era como si las dos pequeñas fueran hechas de fuego, por eso su cabello rojo, y la bruja francesa de aire. Solo desataba más la energía de las dos infantes.

-¡Hey! Niñas, hey hey..- Bill, en su forma más paternal posible, las separaba. Ambas peleaban por un pequeño oso de peluche, tenían suficientes como para llenar una habitación pero las dos querían aquel oso color rosa.

-¡Es mi turno de tenerlo! ¡Dom durmió con él toda la noche- Victoire protestaba, tenía razón pero Bill no podía contenerse a los enormes ojos de Dom: eran grandes y azules, le eran muy familiares. El azul era el color favorito de William.

-¡Pero papá!- Dominique con sus 4 años nunca se quedaban callada, siempre estaba dispuesta a decir lo que tenía en su mente- ¡Yo soy la menor! ¡Me merezco ese oso! ¡Además soy tu favorita!

El pelirrojo no pudo evitar reír, habían comenzado a discutir ahora por el amor de su padre. Extasiado de amor, las alzo en sus brazos. Las dos pequeñas parecieron olvidar el conflicto mientras su padre les besaba las mejillas regordetas.