14. Otro Inesperado Encuentro

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Antes que lean sobre este inesperado encuentro, les dejo la canción perfecta para lo que sucederá, puede que sea spoiler, pero por favor escúchela; es hermosa.



Así es, había entrado a la oficina del señor Richmond, él estaba sentado en su escritorio con hojas blancas en una mano, y en la otra sus lentes de lectura que quizá se quitó con la impresión de mi extraña visita.

Al ver su expresión de absoluta confusión, quise dar un grito ahogado.

—¡Profesor Richmond! Lo... Lo siento— dije tartamudeando cortando el incomodo silencio provocado por mi intromisión— Pensé que había entrado al baño de mujeres— Deseaba con todas mis fuerzas que me tragara la tierra y nunca jamás volver a verlo en mi vida. ¿Cómo era posible que de todos los lugares, oficinas, salones y maestros, había entrado justo en la oficina de un profesor que apenas si me toleraba?

Dejó lo que tenía en las manos sobre su escritorio y me habló con una mejor actitud de la que esperaba.

—Wow, pensé que solo caía una pequeña llovizna— me dijo con un poco de sarcasmo señalándome entera pero sin dejar de verme a la cara, se río de si mismo, y con un poco más de seriedad prosiguió —Por cierto, Srta. Edevane, ya sé que esta oficina no es como a las que usted está acostumbrada, no es muy grande ni lujosa; pero por favor, no la compare con un baño— tenia cierto encanto para hablar, sin importar cuan reservado luciera por fuera, su tono de voz seguía siendo fresco. De hecho, sentía que en todo él había un ligero cambio.

—No, yo no quería ofenderle. Es solo que me arde el ojo y abrí la primera puerta que encontré —apenas si podía verle con el ojo sano. Me volví  a cubrir el ojo malo con la mano y me giré para salir de su oficina hasta que su amabilidad me detuvo.

—Srta. Edevane, ¿Le puedo ayudar en algo? Si gusta le puedo revisar el ojo, no creo haber visto baños de damas en este piso, y si usted apenas puede ver, dudo que lo encuentre rápido— giré y me quité la mano que me puse como parche en el ojo malo para evitar rascarme. Sin duda era una propuesta tentadora, teniendo en cuenta que la otra opción era buscar el sanitario de damas tuerta. Él interpretó mi silencio a negación por lo que volvió a insistir. —Además, los ojos son una parte muy delicada del cuerpo, si no se atienden a tiempo puede empeorar.

Me dedico una amable y sincera sonrisa a la que no me pude negar. 

—Se lo agradezco. Solo no se asuste, debo estar monstruosa. —Estaba segura que la lluvia y el tocarme tanto el rostro habían hecho de mí un mapache. Además el cabello húmedo, la ropa transparente y empapada, era una imagen muy diferente a la que usualmente veía en clases. No obstante el dolor y ardor eran más grandes en ese momento que mi vergüenza.

—No se preocupe señorita, solo voy a examinarle el rostro, y créame, he visto cosas peores.

Me señaló una silla frente a su escritorio para que me sentara. Al dar el primer paso sentí que había bastante agua dentro de mis botas plastificadas. Era como caminar con dos piscinas de agua helada. Mis pasos rechinaron un poco en su piso de madera. Cuando me acomodé en la silla, él se sentó en el borde de su escritorio. Sacó un impecable pañuelo blanco del bolsillo de su camisa y lo extendió mostrándomelo.

—Está totalmente limpio. Prefiero estos a los de papel por que dejan muchas basuritas.— asentí viéndole con el ojo bueno. —Bueno, levante la cara hacia la luz y trate de abrir lo más que pueda el ojo.

Me costó mucho trabajo, cada que sentía que ya lo había logrado y veía venir el pañuelo lo volvía a cerrar.

 No sé qué era más desesperante, el ardor o tener frente a ti a alguien así. Lo bueno es que era muy paciente,  después de varios intentos frustrados tranquilamente me sugirió.

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