40. Inseguridades

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Durante toda la mañana siguiente traté de evitar a Milo. Habría sido un éxito si el no se hubiera acercado más de lo usual a nuestro equipo de trabajo.

Hasta se ofreció a ayudarnos con la instalación de las ventanas antes del almuerzo.

Jacob sabía leer perfectamente entre líneas y percibía que algo sospechoso pasaba. Deseaba encontrar el momento de decírselo, pero con las visitas sorpresivas de Milo y los grandes oídos de Klein sería imposible.

Como en todo pueblo chico, cualquier evento fuera de lo cotidiano era todo un acontecimiento, varias personas iban con sus sillas de jardín a vernos trabajar.

También ya se habían instalado un puesto de limonada,  un carro de helados y uno de salchichas para satisfacer el antojo de los espectadores.

Ya éramos muy conocidos en todo el pueblo, bastaba con ir a algún lugar para que de inmediato nos identificaran como un miembro de los constructores de las casitas.

Poco antes de que las señoras de la sociedad del pueblo nos agasajaran con sus deliciosos banquetes caseros en las mesas de picnic, recibí un mensaje de Charles pidiendo verme con urgencia.

Al principio me espanté, hasta que recibí un segundo mensaje diciendo que no era nada malo, que sólo extrañaba verme.

Quedamos de vernos en un punto medio entre el pueblo donde yo estaba y el centro de Baltimore donde él estaba.

Le tuve que pedir prestada su camioneta a Klein por que la mía estaba hasta el fondo del estacionamiento y quería que mi salidita fuera desapercibida.

Charles ya había salido a recorrer el lugar más veces, así que me citó en un pequeño embarcadero de barcos privados que él conocía. Cuando llegué vi que él estaba sobre un muelle viendo los veleros que pasaban frente a él.

De espaldas podías pensar que era un muchacho alto y bien definido de pie admirando la belleza del paisaje, la camiseta ajustada y la gorra engañaban a cualquiera.

No se dio cuenta cuando llegue hasta que mis pasos empezaron a rechinar en las maderas más gastadas.

Al detectar el sonido volteó y al verme sonrió muy emocionado. Abrió sus brazos para recibirme en ellos y yo corrí rápido hasta él.

En su cara se le veía impaciencia por que recorriera los diez metros que nos separaban hasta para poder llegar a él. Era como si en esos diez metros pudiera acontecer algo repentino que nos pudiera separar por siempre.

En cuanto sintió mis manos en sus hombros me atrajo rápido a el y me abrazo fuerte por la cintura. Me levantó y dimos unas vueltas bajando poco a poco la velocidad. Tal como pasó en la fiesta árabe.

Aun sin poder tocar el muelle con mis pies, sostenida solo por sus fuertes brazos le besé. Parecía que era justo lo que necesitaba porque cuando sintió mis labios su corazón dejó de palpitar acelerado.

Lo que nunca espere fue sentir unas gotitas húmedas entre nuestros rostros. Al principio pensé que era sudor por pasar tanto tiempo bajo el sol, pero no.

Al abrir los ojos descubrí que eran unas lágrimas rebeldes que el no pudo contener.

Charles llorando, ¿pueden creerlo?

—Hey, Hey, ¿Todo bien?— Le pregunté separándome un poco, y limpiándole el rostro con la mano. Sequé la gotita desde sus pestañas hasta su barba rasposa ya de varios días.

—Si linda, es solo que te extrañaba.

—Charles, pero no es como para llorar— le sonreí bromista para tranquilizarlo— Además, cuando te sientas solo me puedes llamar y yo iré a buscarte. Tengo la ventaja de que al decir que es algo sobre mi familia o el trabajo puedo salirme de rápido.

Todo lo que buscabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora