55. Secretos Expuestos

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Durante la semana fue fácil evitar a mi familia. Le dije a papá que pasaría más tiempo en la galería ecológica terminando los últimos detalles para su inauguración el próximo fin de semana; y que con la mudanza en el nuevo departamento siempre había cosas que hacer.

También me dijo que la oficina a un lado de la suya estaba impaciente por ser ocupada, sin embargo le dije que preferiría esperar hasta sacar con éxito mi primer proyecto importante. Él me dio espacio necesario y me dijo que con más calma hablaríamos el viernes en casa de la abuela.

Si supiera que fue ella quien me había amenazado, y quien me puso a elegir entre la compañía o mi relación con Charles seguro no tomaría con tanta calma los días que faltaban.

Ella sólo me envió un mensaje recordándome llegar puntual y sola, al parecer era lo único que le importaba. No había rastro especifico si se compadecía de mi o de mi futuro. Así que en lo que cambiaba de opinión,  mi plan era el siguiente: 

Le diría a la abuela que podría dar casi por terminado lo mío con Charles, en lo que le demostraba lo discreta que podía llegar a ser nuestra relación sin llegar a estar en el ojo publico.

Así mismo, le daría a Charles tiempo suficiente de ir abriéndose camino como abogado independiente, conseguir una excelente reputación en el mundo empresarial y cuando estuviera en la cima volver a replantear lo nuestro con la abuela. Sólo así todos saldríamos ganando, espero...

El inevitable viernes en la noche llegó junto con demasiados nervios.

Yo ya le había contado a Charles un poco sobre la mala actitud de la abuela, y aunque no era fanático de seguir ocultando nuestra relación; me dejó manejar las cosas como mejor creyera, claro que me recordó que si algo se complicaba el iba a intervenir. Él no quería que yo me perdiera de la grandiosa experiencia de iniciar mi carrera laboral,  pero no había otra opción. Era esto o nada.

Me arreglé como siempre, llegué como siempre y me  estacioné en el lugar de siempre. Toqué el timbre como tantas veces lo había hecho y al abrirse la puerta me recibió animadamente un grupo de no más de treinta señoras y señores elegantes como si fuese una sorpresa.

Traté de agarrarles el juego y unirme al mismo ambiente festivo; pero como siempre... para la abuela no era suficiente.

Me mentalizaba repitiéndome: "Dale gusto a la abuela y podrás salirte con la tuya".

Me paseaba con una de mis mejores sonrisas entre esas personas bien perfumadas que seguro después me criticarían. Di saludos de mano, recibí abrazos, obsequios y un sin fin de "buenos deseos". En resumen disfracé a la verdadera Alessa con la imagen de la chica perfecta; sólo que esta vez me costó más trabajo de lo usual; me sentía casi inhumana.

A la mitad de la ronda de las charlas casuales fui a la cocina a respirar, descansar los pómulos y comer algo. Me zampé un canapé de langostinos y salí por el pasillo de la entrada principal para verme en un gran espejo y verificar que no tuviera comida atorada en los dientes, esa noche debía sonreír complaciente hasta que se me cayeran las mejillas.

Giré para volver al comedor cuando se escuchó el timbre. Me acerqué  a abrir la puerta y lo que menos me esperé ver del otro lado fue a Charles.

Hubiera sido más creíble ver llegar a un repartidor de pizza con la cena en lugar de a mi bien vestido Charles.

Me quedé muda viéndole tratando de responder tantas preguntas; el también se veía nervioso, con porte firme pero nervioso... y cuando iba a abrir la boca para decirme algo una voz arrogante dijo a mis espaldas:

—¿Qué hace él aquí? — preguntó la abuela —¿No fui lo suficientemente clara contigo?

Se acercó decididamente como para cerrarle la puerta en las narices.

Todo lo que buscabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora