31. Mi Salsa Soya

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¿Conexión?  No se por que había estado pensando que podía haber conexión entre ese iceberg y yo. Y es que si buscaba algo más frío que el hielo lo podía encontrar en la mirada de Charles Richmond.

Me prometí no voltear a verlo tanto en clases, ni buscar sacarle una sonrisa con algún comentario inteligente.

Lo único que me daba fuerzas para resistir su hostilidad era la pequeñísima posibilidad con Milo Danes, solo que él no tenía esos increíbles ojos verdes llenos de vida que me derretían . Unos hermosos ojos que no había por que verlos para recordarlos. Ya los tenía tatuados en mi mente.

Supongo que la lista de cosas que "Alessa jamás haría" debía descartarla. La graduación cada vez estaba más cerca. Unos meses me separaban de mi destino y debía tranquilizar toda la confusión de mi interior.

Llegar a la meta realmente me asustaba. Aunque lo que en verdad ahora me aterraba era no volverlo a ver nunca más. Supongo que era el alto costo que debía pagar si quería ser una mujer exitosa e independiente. 

La parte libre y frágil que él había encontrado en mí, debía dejarla ir.  Supongo que esa Alessa interior que por fin empezaba a salir debía seguir guardada esperando que algo sorprendente le sucediera.

No podía... En verdad mi alma no podía volver a brillar para ser apagada en un instante.

Y es que en lo que todas las presiones de mi vida se venían como baldes de agua, él era el único que impedía que mi llama interior se apagara.

Pero ¿De que servía volverla a encender si él ya no estaba ahí?

Debía dejar de torturarme.

Lo que no se hizo, fue por algo.

Piensa como los demás... "Es un  profesor... un señor"

"Un señor bastante...."

No

Solo olvídalo. Olvídalo como él te ha demostrado que te ha olvidado.

En clase, el profesor Charles Richmond nos hacía sus usuales preguntas sobre un artículo periodístico que debíamos leer y  al que ninguno llegó a profundizar como él esperaba. Estaba decepcionado. Quizá fastidiado. Y mientras se quejaba de nuestra incompetencia, todos teníamos la cara abajo y el rabo entre las patas como un vil perro.

—Muchachos, mi propósito no es solo enseñarles leyes, reglamentos, contratos, lineamientos o cualquier cosa que un niño podría encontrar en internet. Mi propósito es que comprendan que siempre hay que hacer lo correcto, no lo fácil. Quiero que sepan que en la sociedad hay un sinfín de leyes o normas no escritas, pero que sin estas no podríamos lograr estabilidad, traducida para algunos en tranquilidad o felicidad.  Puede que a algunos les cueste trabajo identificarlas o hacerlas. Y por más que lo deseemos, no podemos romper esas reglas invisibles de la vida.

Las palabras de Charles habían movido algo en toda la clase. Siempre que quería llegar al corazón, abría el suyo antes. Aun así, yo no lograba entender cómo podía hablar tan fácil de hacer lo correcto, cuando el mismo me propuso vivir al límite, dándome gusto solo a mí y a nadie más.

El me enseñó que yo tenía el poder de transformar mis cadenas en lazos que en cualquier momento podía cortar. 

Sin embargo, hasta ese momento comprendí el porqué de sus miedos y esa estúpida distancia que había puesto entre nosotros. Esas leyes invisibles de las que él hablaba, eran las mismas que nos juzgarían por nuestras diferencias. Si supiera que justo esas diferencias eran lo que más me gustaba de él, quizá también las ignoraría.

Jacob levantó ligeramente la mano y Charles con un ademán le cedió la palabra.

—Y si lo más difícil es alejarte de lo que te hace feliz, ¿Valdría la pena el sacrificio?— Jacob como excelente conocedor de mi situación sentimental, le preguntó a Charles con doble intención. Ese era mi amigo.

Charles se quedó pensando un poco con la boca torcida, en definitiva había captado la pedrada de Jacob. Después con un revoltijo de sentimientos en su expresión, Charles le respondió:

—Entonces tendrás que valorar si tu felicidad es más importante de la de quienes te rodean.  

Terminó su comentario con una mirada melancólica a mi dirección antes de girarse rápido hacia el pizarrón.

Y yo sólo podía pensar:
"Apostó su felicidad por mí estabilidad"

Suponía que no meterme en problemas me haría feliz; pero ser la chica perfecta en realidad no me llenaba de alegría , no como lo esperaba.


Es como cuando pasas toda una vida comiendo arroz. Por sí solo cumple la función de alimentarte, darte nutrientes, fibra y energías para cada día. Pero... ¿Qué pasa cuando al simple arroz le agregas el delicioso sabor jugoso y balanceado de la salsa soya? Al probar la extraordinaria mejora, sientes que te habías perdido de un inigualable manjar; y de ninguna manera quieres volver a comer el arroz solo.

El problema está cuando ya no hay salsa soya y no dejas de pensar en lo bien que sabía el arroz con su perfecto acompañamiento.

Mi vida siempre había sido como ese insípido arroz. Nunca me desagradó y siempre fue suficiente; todo cumplía su función. Yo pensaba que todo era perfecto, que siempre tenía que ser así; hasta que le agregué el perfecto sabor de la experiencia y la alegría de Charles.

Él fue mi soya.

Y ahora que volvía a mi simple arroz, sabía que nada volvería a ser lo mismo.

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¿Alguien más tiene su soya esperándolo en algún lugar?

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