30. Nueva Ruta

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Estábamos en el restaurante japonés del tío de Kenzo, y como todas las veces Michel tomó la palabra.

—Cece Williams, ¿Qué se siente ser la anfitriona de la fiesta más esperada del año?

Cece tomó el micrófono en forma de brocheta de atún con pimientos de la mano de Michel y con mucho profesionalismo respondió:

—Me siento muy entusiasmada de poderlos llevar de viaje a miles de kilómetros de New Haven en una sola noche. Espero no decepcionarlos y deseo que se diviertan con todos los preparativos hechos sólo para ustedes.

Hizo una sonrisa ensayada como la que hacen en televisión en lo que esperaba que su entrevistador dejara de tomar su copa de sake.

—¿Algún consejo para los invitados?

—Sí, que cuiden cada detalle de su vestuario para una digna representación de la cultura hindú y si no están acostumbrados a comer platillos muy condimentados, por favor vengan ya con algo en el estómago porque la noche será larga.

—Y eso es todo por hoy. Señores, con ustedes ¡la rubia Williams!

Todos le aplaudimos e hicimos ovaciones con ruiditos exagerados o agitando la servilleta. Tratamos de no levantar tanto la voz para no incomodar a los comensales que solían venir al restaurante, todas personas muy elegantes.

Jacob fue el último en ser entrevistado por el atractivo reportero de la noche, Michel.

—Señor Jacob Rinaldi, usted también está a punto de ser una importante estrella del teatro, ¿Ya tiene club de fans?— le preguntó con sonrisa burlona enarcando la ceja.

Entre risas por la absoluta seriedad de Michel, Jacob le respondió sonriente.

—Aun no, pero conozco un grupo de chicos tan locos que desde antes de ser famoso ya me admiraban.

Todos olvidamos el protocolo y soltamos a reír a carcajadas por la "modestia" de Jacob; la verdad es que lo único que no era erróneo en su comentario era eso de estar locos.

—Por último... ¿Nuestro Sr. Darcy ya tendrá alguna Elizabeth Bennett rondando por ahí?

—No una oficial, pero debo añadir que cada día hay más opciones para elegir.

A Jacob una nueva seguridad lo dominaba. Desde que en Nueva York Blake le dio algunos consejos para vestirse mejor y poco a poco, trataba de mejorar su imagen.

Estaba segura que había algunas chicas pululando por ahí; sólo era cuestión de que Jacob dejara de ser tan desconfiado y se decidiera a abrir su corazoncito a alguna de ellas.

Hasta que el último recibiera su brocheta, todos pudimos comer la nuestra. Michel nos obligaba a usarla como micrófono desde que Charles lo hizo la vez que cenó con nosotros.

Otra razón para no olvidarlo.

Esa noche nos limitamos con los rollos, en una semana usaríamos unos elaborados atuendos a la medida y más nos valía entrar fácil a ellos.

Kenzo nos enseñó a hacer unas grullas con los billetes de la propina que después colocamos con delicadeza en el pequeño árbol decorativo de la mesa; todos excepto Michel; sus manos eran tan torpes que en lugar de poner esas horribles aves dejó un par de avioncitos estrellados.

Llegando al dormitorio practiqué algunos bailes con Cece para bajar el postre. Ella había dedicado un par de tardes a la semana a brindar clases de baile a los invitados de su gran fiesta en un salón vacío a las que por supuesto yo no iba.

Más que nada lo hacía para que los invitados no fueran en blanco; aun así yo no pude librarme de ellas. Durante los últimos días  practicamos todas las noches.

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