Era aterrador estar cruzando el mes de diciembre, y ni que decir de lo traumático que era recordar el mes de enero.
Ya me había acostumbrado al delicioso clima de Grecia, por lo que me aterraba volver al congelado Connecticut. De hecho me aterraban muchas más cosas, pero si me ponía a hacer la lista más larga de lo que ya estaba, evidentemente nunca volvería.
[...]
Las maletas ya estaban listas esperando en el barco. Y yo recién había terminado de despedirme de la familia y de la fila de empleados que se reunieron exclusivamente por nosotras.
En muy poco tiempo nos habíamos hecho muy cercanos. Con ellos se sentía que así debían ser las familias, unidas y dispuestos a todo.
Mis abuelos dejaron las puertas completamente abiertas para Sophia y para mi; me agradecieron el haber estado con ellos durante sus primeros meses, como si hubiesen recuperado los recuerdos que se perdieron de mi cuando bebé.
Y aunque me dolía esta separación momentánea, y en estas condiciones, sabía que era para bien. Ahora nada ni nadie podía separar los resistentes lazos invisibles que unían nuestro corazón.
[...]
Sólo con papá me había dado el gusto de viajar en avión privado. Ahora sólo un puñado de personas ocupábamos un gran monstro para volver al continente donde al menos Sophia y yo trataríamos de iniciar una nueva vida. Una azafata me ayudó a cuidar a la bebé cuando los ojos ya no me daban más. La pequeña rubita se compadeció de todos permaneciendo la mayor parte del vuelo en silencio.
Después de 15 horas de vuelo llegamos a Nueva York, el único destino más cercano a casa en esa temporada.
Una gran parte de mi se sentía como una completa extraña en un lugar completamente desconocido; sin embargo; bastó una iluminada mirada color miel acompañada de una amplia sonrisa blanca para sentirme de nuevo en casa.
Jacob estaba en la puerta de salida sosteniendo un grueso lazo hecho a partir de listones más delgados que sujetaban decenas de levitantes globos color pastel. Tras él estaba Michel sudoroso y jadeante con evidentes ganas de arrancarse el cubrebocas.
Me detuve a cierta distancia para admirarlos. No sabía que sería de mi al día siguiente, pero ellos ya estaban ahí, leales y dispuestos como los buenos amigos que eran.
Antes de que los ríos de lagrimas se derramaran de su cause, me acerqué a la cabecita de mi pequeño bebé y le susurré...
—Ya estamos en casa mi cielo. — le regalé un suave beso sobre su gorrito de estambre tejido. Ella me regaló una amplia mirada y una dulce risita que bastó para darme fuerzas y luchar contra todo por ella.
Respiré hondo y empujando la plataforma repleta de maletas llegué a los chicos.
—¡Pero mira Jacob, que nos han traído los vientos europeos: una señora guapetona con su regalito.— El cubrebocas le tapaba la mitad del rostro, pero era evidente que bajo este Michel ponía una de sus típicas sonrisas malvadas.
Jacob puso los ojos en blanco como diciendo "típico de Michel" , yo solo reí por que ya extrañaba su sarcasmo.
—Hola chicos, ya los extrañaba. — les dije sonriente.
Se veía que se resistían a abalanzarse sobre mi y darme un gran abrazo, pero con la niña en brazos y con eso de estar a distancia les costó demasiado mantenerla.
—Hola Ales. — sonrió nervioso Jacob, incluso podía asegurar que estaba ligeramente sonrojado. Reunió valor y se acercó más. Me abrazó con una mano y me besó la frente.
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Todo lo que buscaba
Romance¿Te ha pasado que los planes resultan mejores en tu mente que en la vida real? Yo era experta en desilusiones de ese tipo. Pensaba que la aparente vida de ensueño que me esperaba después de la graduación lo era todo para mi; hasta que descubrí el...