66. "Madeimoselle"

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Era adictivo caminar en las hermosas callecillas empedradas, desayunar a un café diferente cada día, ir de compras, tomar cientos de fotos y sentirse embriagada de tantas experiencias.

La señora Chevalier no me quería soltar. Quería hacer todo conmigo como su acompañante estrella; incluso hasta Charles se sintió ligeramente celoso por que había dejado de ser su preferido, a él sólo le tocaba cargar las bolsas de compras.

Mis temores por no agradarle desaparecieron tan pronto me tuvo paciencia en la cocina. Y es que no se en que clase de mundo estaba viviendo por que no sabía ni como agarrar un cuchillo. No me quemé ni rompí nada; tampoco me hice daño a mí o a alguien más. Esa señora en verdad tenía el don.

Una tarde por fin me dieron tiempo para ir a cenar con mi tío Simón a quien le conté a grandes rasgos lo que había pasado en casa. Él no creía que mi padre no me hubiera apoyado, incluso hasta me dijo que hablaría con él, pero le supliqué que no lo hiciera; me sentiría como una niña chillona que lo acusa.

También le enseñé mi libreta de dibujos. Él fue quien me enseñó a siempre cargar con papel y pluma por si surgía una idea; quedó bastante impresionado con mis diseños. Con estos meses de viaje había dejado volar mi imaginación haciendo cosas casi irreales.

—¿Segura que no quieres mudarte a Londres para trabajar en mi compañía? Nos hace falta tu creatividad.

Suena muy tentador, pero no puedo aceptar hasta que lo haya platicado con Charles. El tiene negocios muy convenientes en Estados Unidos, y yo algunas inversiones que debería monitorear con más frecuencia.

—Bueno, si cambias de opinión no dudes en llamarme.

—Lo tendré en cuenta tío Simón.

Nos despedimos fuera del restaurante y prometió estar al tanto.

Estar ahí sentada con él hablando de la carrera que me apasionaba me hizo sentir ese pequeño vació que dejé al alejarme de casa. Extrañaba a mi familia y a la compañía más de lo que quería admitir.

Amaba estar de viaje con Charles, pero me preguntaba cuando íbamos a empezar esa vida; la de establecerse en un lugar, ir a trabajar, tener hijos, almacenar cosas, adornar la casa y quedarnos tumbados en el sofá todo el fin de semana.

Hacía delicados planes que le compartiría a Charles al regresar.

 Caminaba en un camellón arbolado cerca del departamento cuando me entró una llamada de Cece, de inmediato le respondí.

—¡Amiga! — Chilló a todo volumen.

—Cece, cuanta energía; ¿Qué no sabes que aquí en Paris ya es de muy noche?

—¿Te he despertado? Ay no, perdón, perdón... Le pregunté a Michel y dice que sólo son unas cuantas horas de diferencia.

—Te está bromeando— dijo una voz a lo lejos, parecía ser la de Jacob.

—¡Ales! — me reprimió indignada.

—Lo siento amiga, extrañaba escucharte enfadada.— le dije con una sonrisita burlona.

—Ahora si ya no vuelvo a caer; me hacías lo mismo en Grecia. Pero oh la la, ¿Cómo estás Madeimoselle? — Dijo Cece con un chistoso tono francés como el que usualmente usaba Michel.

— De maravilla. Me mudaría a la ciudad del amor sin problema.

—Es la ciudad de las luces. — dijo Jacob otra vez interrumpiéndonos.

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