60. Viaje a Italia

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El mundo ahora se veía distinto. Y no era por que estaba a miles de pies de altura, si no por que ahora yo era una Alessa más valiente, una que se podía enfrentar a todo.

Prácticamente no tenía nada material, salvo unas acciones que tardarían un tiempo en producir buenas ganancias y temía que al pedir empleo en otra constructora nadie me contrataría por que mi familia ya se habría encargado de difundirme mala reputación.

Aún así me concentré en solo disfrutar el hermoso regalo que me había dado Charles, y más que por el increíble viaje al que nos faltaban ocho horas por llegar, me había regalado algo mucho más valioso; un verdadero hogar. Lo formaríamos sólo nosotros dos desde cero. No llegaría a uno al que me costaría trabajo encajar; si no que lo haríamos nuestro y de nadie más.

Me fascinó dormir sintiendo cómo mi cabeza subía y bajaba al mismo ritmo de la respiración de Charles. A ratos miraba por la ventana; sin embargo mi vista favorita siempre era su perfecto y varonil rostro. Moría por comérmelo a besos.

Con el desayuno del avión pudimos llegar a salvo al hotel. Puedo decir que Italia nunca se había visto tan hermosa y radiante.

Me peleaba con Cinna por sacar la cabeza por la ventana. Stella gozaba de su espacioso asiento de atrás.

Y Charles.... hace mucho no le veía tan contento. Disfrutaba el sol en la cara y ver mi cara impresionada al descubrir que es un gran conocedor en las avenidas y calles de Roma. Hasta parecía ser su segundo hogar. Me señalaba los restaurantes a donde iríamos después, y algunos lugares de interés.

Salvo de la vez que vine con Cece cuando cumplimos 16, no había vuelto a pisar Italia. La abuela prefería países mas refinados  sin tanta gente, y justo por ello este lugar me gustaba más.

Cada esquina era perfecta para una fotografía con Charles y claro, con nuestras mascotas que sentimos feo dejar en una pensión o bajo la descuidada supervisión que le podían dar mis amigos.

Llegando a la habitación de hotel, fuimos directo a acostarnos en la cama. La espalda necesitaba una buena alineada. Las sábanas eran frescas y deliciosas como es de esperarse de un buen lugar. 

—No puedo creer que por fin estemos aquí— le dije a Charles viendo al techo.

—Y yo no puedo creer que he esté aquí con mi esposa— Levanté la vista, y ahí estaba de pie contemplándome como si en cualquier momento me fuera a desvanecer y quisiera aprovechar hasta el último instante.

Di unos golpecitos a la cama para que también se acostara junto mío.

Tomó impulso y con su clavado me hizo rebotar un poco. Compartimos un risita por su cómica caída y cuando nos vimos de lado tan cerca, solos, en una cama, nos acercamos lento al otro, le tomé una mejilla con la mano y él después la tomó para darle pequeños besos cubriendo con sus suaves labios a mis nuevos dos anillos.

—Luces hermosa— dijo hipnotizándome con su mirada esmeralda. 

—Lo sé, los vuelos largos me hacen ver particularmente despampanante

—¿Quieres tomar una ducha? Sirve que voy desempacando lo que se pueda arrugar.

—Ok, pero después te toca a ti que el calorcito empieza a hacer de las suyas— dije moviendo la mano frente a la nariz dándole a entender que ya olía mal.

—Anda vaya Sr. de Richmond

Me levanté con mucha flojera como si fuera de trapo y me metí a la ducha. Era un baño lindo con tina. Tenía una pequeña ventana alta y el resto estaba cubierto por azulejo antiguo y fino.

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