4. Joya Verde

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Al entrar a la librería vimos uno de los libros de la lista expuesto en la entrada. Jacob lo tomó y verificó si realmente era el mismo leyendo la parte de atrás.

—¿Quieres que los compartamos como el semestre pasado?

—Ni loca— le dije poniendo los ojos en blanco.— Tomé otro libro igual y lo dejé caer en sus manos.

 Cada año decía que ya casi lo terminaba de leer y que después sería mi turno por que yo leía más rápido, pero se le olvidaba; a mí se me juntaban las fechas de entrega de trabajos y siempre tenía que volver a la librería a comprar otro para mí.

En la fila de la caja recibí un mensaje de Cece con el emoticono de un café, una hoja verde y un símbolo de interrogación; le respondí con un Ok.

Media hora más tarde llegamos a nuestro lugar de encuentro. Una pequeña cafetería pintada toda de blanco con detalles verdes. Estaba llena de plantas y muebles de madera clara. La música que ponían era tranquila sin llegar a lo aburrido. Sus bebidas eran maso menos buenas; lo realmente exquisito del lugar eran sus infusiones orgánicas y el chocolate caliente mexicano; el resto de ellas tenían desagradable sabor a matcha, incluso hasta el café.  Pero como era el único lugar público al que soportaban a un ruidoso grupo de amigos, no teníamos de otra.

Era nuestra joya verde escondida.

La atendían dos mellizos pelirrojos que casi siempre olían a cannabis. La chica siempre se peinaba con una trenza de lado algo floja y su hermano traía un chistoso bigote que cada temporada le hacía algo nuevo. Sus diseños eran muy variados, desde un estilo Dalí o hasta Hitler como el que esta vez traía.

La pasábamos muy bien en el rincón verde, como ellos lo nombraron. Todos pensaban que era por el ambiente que creaban las plantas o por su uso excesivo de matcha; hasta que nos confesaron que era por la hierba que consumían y vendían a discreción.

Michel, otro chico de nuestro pequeño grupo les llegó a consumir. De hecho, él les dio a los mellizos la idea de promocionarla como "terapéutica y con habilidades para el estudio". Su sugerencia tuvo tanto éxito que ahora a él se la dan gratis. Supongo que es un don de los estudiantes de Negocios.

Cuando llegamos al lugar, Cece ya nos había ganado el cómodo columpio en forma de huevo tejido en ratán. Se balanceaba lento con los pies apenas cubiertos por calcetas disparejas; estaba agachada como si fuera una muñeca rota a la que solo la piel la mantenía unida en una pieza; su largo cabello rubio estaba a nada de llegar al suelo.

Michel como el coqueto francés que era, estaba en la barra ordenando las bebidas y haciéndole ojitos a la melliza.

Kenzo conectaba la extensión que escondíamos atrás del sillón principal. Jacob dejó caer las pesadas bolsas de compras a un lado del sillón y se acostó en el como si llegara de un extenso maratón.

—¡Alessa!, ¡Jacob!, qué bueno que llegaron, su encantador amigo Michel no sabe que pedir por ustedes— dijo la melliza soltando una risita.

Todo pusimos los ojos en blanco, ese Michel era incontenible.

—Yo quiero el nuevo matcha frappé con mango, dicen que sustituye a todas las verduras de la semana. —Dijo Jacob con un hilo de agotada voz.

—Si eso hace quiero uno igual, sólo que el mío sin matcha; sólo mango, algo de leche de coco, piña, y encima un poco de esa ralladura de coco tostada que les queda riquísima.

—Guapa pediste un tropical coconut, no un matcha mango— Dijo Cece con su habitual sarcasmo mientras se recuperaba del mareo por levantar rápido la cabeza.

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