Me regaló la Luna

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Unos húmedos besos que le llenaban la cara, le despertaron. Sentada sobre él, mirándolo con ojitos brillantes estaba su hija, su niña. El solo hecho de pronunciar esas palabras, de pensarlas, le llenaba de alegría. Apenas si hacía un día que la conocía y la amaba sin medida, era como si todo el amor que celosamente había guardado en aquellos cuatro años, para entregárselo a ella, hubiese encontrado en su pequeña Luna, la destinataria perfecta.

Luna.- Buenos días papi, tengo hambre.

Armando.- Pues ahora mismo, vamos a bañarnos y a desayunar ¿le parece bien, señorita?

Luna.- ¿Me vas a lavar el pelo?... me pica mucho la cabeza.

Armando.- Pues claro mi amor, su papá le va a lavar ese precioso pelo que tiene, igualito que el de su mamá. Andando.

La lleva al baño y prepara la tina con agua tibia, para después ayudarla a quitarse el pijama y meterla dentro. Con cuidado enjabona el cuerpecillo moreno y bien formado, teniendo cuidado de que no le entre jabón en los ojos. Después le enjabona la cabeza y con la mayor delicadeza, le frota y le lava el pelo, para enjuagarla con la ducha.
Luna.- Papi, ahora la crema.

Armando.- ¿La crema?, ¿qué crema, cariño?

Luna.- La cremita para que no me duela al peinarme.

Armando (se siente hundido).- Papá no tiene cremita, mi amor, pero hoy mismo la vamos a comprar ¿sí?...

Luna (suspira).- ¡Ayyysss!... me va a doler mucho, cuando me peines.

Armando.- Lo haré con todo cuidado, princesa, con todo cuidado.

Efectivamente, debe pasar un buen rato, desenredando la melena de la chiquilla, mientras ella aguanta estoicamente los suaves tirones, que su papá no puede evitar, liada en una enorme toalla. Por fin acaba el martirio, y Armando la carga hasta el cuarto de invitados, dónde la noche anterior dejó abierta la maleta. Ayudado por la cría, que tiene muy claro que desea ponerse, saca la ropita y la ayuda a vestirse.

Armando.- Mi amor, ¿por qué no te pones unos de estos bonitos vestidos?.

Luna.- Me gustan más mis jeans, así puedo jugar mejor. Los vestidos cuando voy a un cumple o a la iglesia, pero los pantalones me gustan más. Yo no soy una niñita boba.

Armando.- ¿Ah no?, si Vd no es una niñita, ¿qué es entonces?

Luna.- Soy una mujer pequeña, eso.

Armando (conteniendo la risa).- Entonces, podríamos decir que Vd es una mujercita.

Luna.- Si... soy una mujercita.... Papá, en esa bolsita hay elásticos y cintas para el pelo... ¿dónde están mis gafas?, me duele la cabeza si ando sin ellas.

Armando sacó de la bolsita una gomilla y una cinta roja, ahora se debía enfrentar a esos rizos rebeldes y recogerlos, intentaría hacerle una coleta, a ver como salía.

Armando.- Las gafas están en el cuarto mi amor, ahora que te peine, vas a por ellas. ¿Hace mucho que las llevas?

Luna.- Cuando fue la Navidad, mami me llevó al doctor, porque me dolía la cabeza. El doctor me dijo que yo tenía que llevar gafitas, porque me parecía mucho a mis papás. Y es verdad, porque tú también tienes gafas.

Armando.- Bueno, pues no quedó tan mal, mi amor, ahora vaya por sus gafas, mientras yo le preparo el desayuno.

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Cuando se enfrenta a los estantes de su cocina, decide que hoy sin falta tiene que hacer compra. Menos mal que hay galletas, leche y jugo de naranja, porque si no, no hubiese tenido que ponerle a la niña.

Historias de Betty, la feaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora