Me regaló la Luna

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Armando tenía el ceño fruncido, deseaba pegar a alguien, pero se conformaba con dar golpes, con aquel palo, sobre el suelo. Betty le observaba en silencio, entendía los esfuerzos que él hacía por contenerse.

Pasaba del mediodía y habían parado en aquél merendero, a medio camino entre Ibagué y Bogotá. Ella había preferido no comer en un restaurante, y hacerlo en el campo, aprovechando el buen día que hacía, así que antes de salir de la ciudad, pararon en un supermercado y compraron unos sandwichs, unos paquetes de pasabocas, algo de fruta y unos refrescos.

Luna se había sentido encantada con ese inesperado picnic, y después de devorar con apetito, todo lo que su mamá le puso por delante, se dedicó a recoger florecillas silvestres, con la intención de formar un gran ramo.

Armando.- ¡No lo entiendo, mi amor!, no lo puedo entender... ¿cómo pudo tu papá tratarte así?... ni siquiera ha querido vernos, ni a nosotros, ni a la niña, pero es que me dieron ganas de partirle el “alma”... ¡viejo estúpido!

Betty.- Yo sabía que no iba a ceder, y menos sabiendo que yo no le necesito, que te tengo a ti, que cuando he estado en necesidad, él no pudo venir a manejar mi vida y protegerme como siempre... es muy terco y muy egoísta, ahora me doy cuenta.

Armando.- Pero eres su hija Betty, su única hija... te echó a la calle como un perro, sabiendo que esperabas a Luna y que no tenías posibilidades económicas, y ahora que te recupera de la muerte, se niega a verte... brrrr... de buenas ganas, le hubiese dado un buen puñetazo.

Betty.- Lo que más siento es el disgusto de mi mamá, porque don Hermes se lo tiene bien ganado. Yo siempre pensé que todos sus desvelos, que toda su sobreprotección, tenían por objeto mi felicidad, que nadie me dañase, como yo era tan fea y la gente se reía de mi... pero ahora me doy cuenta, que fue su egoísmo, su amor enfermo y egoísta. Sólo me quiso para él, y por esa razón no me permitía tener amigas, ni salir con las muchachas de mi edad, ni todas esas cosas propias de la edad.

Luna.- Mami, mami , tengo sed...

Betty.- Toma agua mi amor, ¡pero que bello ramo estás formando!

Luna.- Lo pondremos en casita para que esté bonita ¿verdad?...

Armando.- Claro preciosa, sigue cogiendo flores, que dentro de un poquito, nos vamos al carro y ya seguimos hasta Bogotá, sin volver a parar.

Betty.- Si yo hubiese tenido una relación normal con las muchachas de mi edad, probablemente alguna me hubiese dicho, que el capul me sentaba fatal, o que me depilase el bigote, incluso me hubiese guiado de ellas para comprar ropa más actual... pero ni modo, cualquier compra, siempre estaba supervisada por papá. Él elegía los vestidos, los colores de las telas, el largo de las faldas, bueno, que te voy a contar a ti... Realmente nunca supe bien, como pude conseguir alguna libertad, cuando trabajé en Ecomoda, quizás porque pensó que ya estaba todo hecho, que yo sería su hija solterona para toda la eternidad...

Armando.- No se como tu mamá le resiste, se podría haber venido con nosotros, tú sabes que en nuestra casa podía vivir y disfrutar de ti y de Luna.

Betty.- Mi mamá es una mujer de las de antes, a su modo, ama a mi papá y la palabra separación, no entra en su vocabulario. Abandonar al esposo, no es cosa de señoras decentes Armando, y si hay que aguantar, pues se aguanta, ella misma te lo dijo.

Armando.- Pero si el esposo es semejante ceporro que la tiene como una mucama, todo el día... y además la separa de su hija y de su nieta... Mi mamá, nunca se lo hubiese aguantado a mi papá, nunca... menuda es doña Margarita.

Betty.- ¿Estás seguro?... ¿De verdad crees que tu mamá, hubiese dejado a tu papá?... Yo no lo creo, aunque tenga otro nivel social, tú mamá y la mía son de la misma generación, una generación de mujeres que se casaban para toda la vida, pasase lo que pasase.

Historias de Betty, la feaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora